Por lo general, la mirada al videojuego por parte de los y las profesionales de la disciplina histórica continúa siendo entre recelosa, escéptica e incluso hostil, y no meramente por cuestiones generacionales o un especial desconocimiento. Lo cierto es que salvo contadas excepciones —por fortuna, cada vez más numerosas—, la tendencia general de la industria del videojuego ha sido hasta hoy la de revertir la Historia a fin de ajustarla a sus propios parámetros narrativos y de jugabilidad; y eso, naturalmente, las veces en que no hace también un uso claramente político de la misma. Cómo es el caso de los mabari en Dragon Age: Origins.
Sin embargo, también suelen darse escasas aunque gratas ocasiones donde un videojuego no sólo logra fascinarnos en lo personal, sino también donde una aprendiz de historiadora como la que aquí escribe acaba encontrando una representación más fidedigna de su propio tema de investigación que la que halla escarbando en autoridades y libros supuestamente más serios y especializados. En esta pequeña colaboración me gustaría, por tanto, intentar romper con la percepción general de que videojuego y academia están destinados a un enfrentamiento sin cuartel, mostrando un caso muy concreto donde es precisamente el videojuego el que mejor logra plasmar un tema histórico en toda su complejidad casi sin darnos cuenta de que, efectivamente, lo está haciendo.
Pese a entrar en una categoría tan amplia como heterogénea, caso de la llamada «fantasía épica medieval», considero que la inclusión y representación de los perros mabari en Dragon Age: Origins (Bioware, 2009) resultó ser un gran acierto «histórico» por parte del equipo canadiense. Y es que, aunque parezca una obviedad, ni en la historia académica ni en los videojuegos es sencillo dar con una imagen históricamente correcta de los animales no humanos cuando sus tramas así lo requieren: aunque desde luego no siempre están ausentes, son representados como un ente aparte respecto a las sociedades pretéritas (entendidas éstas como exclusivamente «humanas»), y como objetos pasivos más que actores con voz y papel propios (agency). Por tanto, lo más frecuente es que aparezcan bien como ganado, bien como «animales de compañía» (mascotas) según hoy entendemos el concepto (es decir, como objeto de consumo afectivo). En el caso de los perros se tiende a creer, además, que establece con el ser humano una relación universal y atemporal que arranca desde las entrañas de la Prehistoria. Como intentaré exponer en las siguientes líneas, el caso de los mabari en Dragon Age: Origins (en adelante, DA:O), por el contrario, supone una muy lograda contextualización del estatus del que gozaban algunos perros durante la Edad Media y Moderna occidentales.
DA:O es un título que a estas alturas realmente no necesita presentación. Sin embargo, una suele llegar a él pensando, a simple vista, que será un juego más dentro del género de espada y brujería, dragones incluidos. Y es que como se plantea en tantos otros títulos de fantasía épica, nuestro/a protagonista ha de salvar de forma casi providencialista un Reino, el de Ferelden, de un futuro aciago: la llegada de la Quinta Ruina. Afortunadamente, no estaremos solas en tan ardua tarea. Uno de los compañeros más entrañables que vamos a encontrar como Guardias Grises durante nuestra misión a contrarreloj por Ferelden es al Mabari.
Si comenzamos con el origen de humano/a noble (los Cousland del Teyrn de Pináculo), tendremos al Mabari a nuestro lado desde el principio de la historia. Si elegimos cualquier otro origen (como elfo o enano), para conseguir a este personaje tendremos que ayudar a uno de los mabari de los Guerreros de la Ceniza a curarse de la corrupción de los Engendros Tenebrosos durante la batalla de Ostagar. Si llevamos a cabo correctamente esta misión, al acabar el episodio el can decidirá acompañarnos, momento en que podremos aceptar o rechazar su ayuda, así como ponerle un nombre a nuestra completa elección. A partir de entonces, el Mabari funciona como cualquiera del resto de acompañantes, de los que, recordemos, no podremos llevar más de dos al mismo tiempo. Actualmente existe un Mod que cambia dich situación y nos permite llevar al Mabari como acompañante perpetuo o «ligado», un refuerzo sin duda bienvenido a la hora de adentrarse en los Caminos de las Profundidades. El cambio no le resta individualidad como personaje, pues sigue constando de poderes, rama de habilidades propia y objetos equipables en nuestro inventario. Desafortunadamente, en adelante no siguió siendo así. Pese a que la saga Dragon Age es —hasta hoy— una trilogía y en todas las entregas los perros mabari hacen aparición de uno u otro modo, los más interesantes son de largo los aspectos que muestra “Origins” en torno a este personaje, dado que sólo en este primer juego tiene nombre y jugabilidad propios. En Dragon Age II (2011) es posible reclutar otro Mabari para Hawke, el avatar protagonista, sólo si el juego viene acompañado del DLC El Emporio Negro, aunque en este caso el perro no tiene nombre ni posibilidad de ponérselo y probablemente permanezca guardando o destrozando aburrido vuestra residencia la mayor parte del tiempo: aquí el Mabari no cuenta como compañero de facto, sino como un complemento al que hay que «invocar» en combate y que por tanto funciona más como «poder» que como personaje acompañante. Finalmente, esta tendencia desemboca en el nimio papel que les toca jugar en Dragon Age: Inquisition (2014) donde aparecen bandas de perros mabari rabiosos como «enemigos de ambiente» en alguna de las pocas misiones que se desarrollan en Ferelden.
Pero, ¿en qué medida es el Mabari de DA:O un perro «histórico»? Resultaría de lo más interesante echar un vistazo a las fuentes que utilizaron los desarrolladores de Bioware para crear a este personaje, dado que es muy posible que detrás esté el célebre Molossus grecorromano. De esta ¿raza? cuasi mítica, escasamente descrita como de constitución musculosa, mandíbula fuerte, gran cabeza y hocico corto, existe una representación única en la curiosa escultura conocida como Jennings Dog (o Alcibiades Dog, por carecer de rabo) actualmente en el British Museum de Londres. Se trata de la copia romana de un original helenístico en bronce, hallada por el viajero inglés Henry C. Jennings (1731-1819) en una escombrera de la Ciudad Eterna. En DA:O pudo darse la primera pero no única aparición estelar del moloso en el mundo del videojuego: en el reciente Total War: Rome II (2013) encontramos una unidad de estos canes formando parte de la facción de los Nobles de Epiro. Y es que el moloso clásico, donde se ha querido ver al ancestro del mastín o dogo moderno, fue efectivamente una variante de las muchas y alabadas originarias del reino de Epiro (región balcánica situada al noroeste de Grecia). Según fuentes clásicas, al caer en combate estos perros se quemaban en piras funerarias, tal como era costumbre hacer con los héroes. En Ferelden los orígenes del Mabari pertenecen a la categoría del mito, que en una de sus múltiples versiones asegura que son descendientes de los lobos que sirvieron a Dane, un héroe mítico alamarri. Por su parte, del moloso de Epiro se decía que era descendiente de Lélape (Viento de Tormenta), el perro forjado en bronce por Hefesto que nunca perdía una pieza en las batidas de caza. En un primer momento entregado a Zeus, Lélape pasó por tan variados y célebres amos como la princesa Europa, el rey Minos de Creta o Céfalo, el mortal cazador. Otras versiones incluso le atribuyen parentesco con Cerbero, el guardián del Inframundo finalmente dominado por Hércules, por lo que el moloso hereda dos de sus tareas básicas (la de caza y guarda) por ambas vías.
Una canción popular fereldena ya sitúa junto a la célebre Profetisa local, Andraste, a un fiel compañero mabari. Y es que en el mundo de DA:O estos canes no son sólo enormes perros de presa empleados en la guerra sino que encarnan, por así decirlo, los valores «nacionales» del reino de Ferelden, un estado con clara inspiración en la Inglaterra tardomedieval y moderna; del mismo modo que Orlais guarda semejanzas con la Francia de Luis XIV y Antiva con la Italia bajo la Monarquía de los Austrias. La presencia de perros tampoco se limita al blasón del reino o el escudo de armas de la Casa Real de los Theirin, sino que el erudito Hermano Genitivi asegura que son más abundantes en la tierra de los fereldenos que en ningún otro lugar del mundo de Thedas. Personajes «extranjeros» como el qunari Sten no tienen empacho en decir, coloquialmente, que Ferelden huele a perro mojado. Sin embargo, a principios del siglo XVII el autor Fynes Moryson ya hablaba en términos parecidos sobre la abundancia general de canes que había en su Inglaterra natal.
Pese al mito de los lobos de Dane que hemos mencionado anteriormente, los estudiosos de la historia fereldena, sin embargo, prefieren situar la llegada de los mabari de mano de unos antiguos conquistadores, los Magister del Imperio de Tevinter. Los alamarri, pobladores originales de la tierra de Ferelden antes de su unificación por el rey Calenhad Theirin, no dudaron en aceptar a estos perros como parte de su vida una vez expulsado el enemigo. Este dato nos lleva a una posible inspiración en el English mastiff, un perro que empieza a adquirir un gran valor a partir del siglo XII pese a que no se trata de un animal empleado para la caza. Introducido en las Islas Británicas alrededor del 55 d.C. por los invasores romanos, el mastín adquirió pronto una presencia habitual dentro del núcleo familiar. Su fuerza y coraje, a menudo exhibidos y aclamados en las famosas bear baitings (espectáculo de masas muy popular) eran la encarnación de masculinos valores pretendidamente «ingleses», concebidos tanto para los propios habitantes de la isla como desde la mirada de los foráneos. Sin embargo, este animal también era criticado por tener asociados otro tipo de valores percibidos como «negativos», tales como la rudeza, la estupidez o la pereza. Y es que tanto en Inglaterra como en la Ferelden de DA:O se acepta que perros y humanos comparten un carácter común.
La conexión entre perros y humanos podría ser incluso más profunda, ya que si de los mabari de dice que son descendientes de los lobos de Dane, por su parte, más de la mitad de la nobleza fereldena también se reconocía como descendiente de lobos en la figura de Hafter, un ancestro común y héroe mítico local. Dicho personaje, además de ser pariente del propio Dane, era también hijo de un hombre lobo. Este hecho, que muy posiblemente trascendía el mero simbolismo o propaganda política, fue también bastante común entre algunos estados medievales: las monarquías del norte de Europa, por ejemplo, no tenían problema en vincular genealógicamente a sus monarcas con osos.
Por lo tanto, en Ferelden estos perros eran mucho más que meras armas o símbolos de posición: ser el amo elegido por un mabari suponía ser reconocido al instante en cualquier lugar del reino como una persona de valía. Cuando el Mabari hace su primera aparición ante Cousland, nuestro compañero Ser Gilmore se sorprende de que tengas uno y que sólo responda ante ti, considerándote afortunado/a por esa alianza tan especial. De modo parecido, históricamente algunos perros eran tratados como sirvientes o criados de honor dentro de la Casa, fuertemente vinculados a la figura de su señor.
Por último, el Mabari de DA:O se identifica como uno de los miembros más expresivos del grupo, gracias sobre todo a un elocuente lenguaje corporal. Según las diversas entradas dedicadas en el magnífico Códex del juego a los mabari, estos perros son inteligentes y poseen la capacidad de comprender el lenguaje humano; tanto es así que según un proverbio fereldeno «El mabari es suficientemente inteligente para poder hablar, y lo suficientemente sabio como para no hacerlo». La fama de sabios y de poseer entendimiento fue una fórmula bastante repetida en las fuentes de época, como ocurre por ejemplo con el can conquistador Becerrillo.
Por lo tanto, DA:O es un videojuego que históricamente hablando propone varias cuestiones interesantes. Por un lado, la representación de los perros como seres a medio camino entre el hombre y el animal, situación perfectamente contextualizada en la existente ambigüedad que se dio en la Cristiandad a partir de la Baja Edad Media. En segundo lugar nos muestra a unos mabari empleados en la guerra, tal y como hicieron tanto romanos como sus «herederos» medievales y modernos, contando con buenos ejemplos en Carlos V, Francisco I o los conquistadores castellanos del XVI. Así mismo, los mabari también encarnan las virtudes (y defectos) de su territorio de origen; trascendiendo, por último, en un vínculo especial e indisoluble con su dueño/a, siendo el Mabari siempre el que decide acompañarle.
A fine dog it was, and a lucky dog was I to purchase it. Henry Constantine Jennings (1731 – 1819).