El acto musical sin más objetivo que el ser música y el videojuego sin más propósito que el ser videojuego. La música y el videojuego absolutos. ¿Cómo puede una expresión tener su razón de ser en su mera existencia cristalina sin fines ni metas adicionadas?
Derivada de las discusiones acerca de la estética musical, el concepto de la música absoluta fue integrado en el discurso existencial del arte en cuestión hace casi dos siglos. A medio camino entre encontrar el magno sentido al ya de por sí abstracto arte musical y enaltecer el ego masculino, ya que los hombres eran los únicos que la sociedad consideraba capacitados para preguntarse cuestiones tan lejanas a la razón humana. Así era como debían pasar el rato afablemente los musicólogos primigenios. Que si es usted un analfabeto por buscar sentido a tal escala dórica o que si es usted un brabucón por haber creído encontrar el porqué de la magnificencia en Mozart. Seguro que eran algo más trabajados los debates, pero hagámonos una idea yéndonos al presente. ¿Hace David Cage videojuegos? ¿Existe un videojuego más puro que otro? ¿Cómo se mide si un videojuego ha cumplido su cometido? ¿Es el videojuego un híbrido que no puede tener razón en sí mismo?
Pero lo interesante aquí y ahora es el conflicto común entre ambas materias mencionadas. ¿Qué son tanto el videojuego como la música en esencia? ¿Qué sentido tienen? Si pudiéramos responder a eso sin más, no estaríamos en un universo donde este artículo tuviera lugar.
Nos interesa transportar el concepto de música absoluta al videojuego. Inicialmente la música vocal sin ornamentos instrumentales ocupó buena parte de la liturgia occidental, y por lo tanto asumía una concepción sagrada. Mezclarla con instrumentos fue un proceso lento y tímido. A pesar de lo trascendente que puede sonar el adjudicar a algo el calificativo de sagrado, estamos ante un uso de la música descaradamente utilitario. Si algo existe para ser usado, ya no tiene un fin abstracto y absoluto. En la Grecia de Aristóteles, en base al ethos, ya se consideraba a la música como un transmisor de emociones —no les hizo falta esperar a comprarse un disco de Antonio Orozco, parece ser—. Y la ópera, ¡la ópera es como ese videojuego de mundo abierto que mezcla todos los géneros posibles, el GTA de la música! Calmándonos, lo cierto es que son comparables si usamos las pinzas adecuadas.
Una materia artística que se basa en coger de aquí y de allá, unirlo y preparar un plato cohesionado pero variado, es lo que Carl Dahlhaus —musicólogo conflictivo empedernido— podría haber considerado de arte impuro. Si bien en el videojuego existe el dilema de desconsiderarlo porque hace uso de diversos campos creativos unidos, en la música se iría más allá, desconsiderándola en el preciso momento en que tuviera algún fin más allá de ser música. Es decir: una banda sonora ya de por sí sufriría los efectos de la inquisición absolutista. Un efecto de sonido probablemente sería condenado al último de los infiernos. Entonces… ¿podría un videojuego tener música absoluta? La respuesta fácil es un rotundo no. Sin embargo es interesante buscar las cosquillas a algo tan intransigente.
Existe una clara posibilidad de un uso abstracto de la música dentro de un videojuego. Si pudiéramos tener interacción directa con la música, ella llegando a nosotros y nosotros a ella, a través de meros estímulos cerebrales. Algo difícil de trasladar a la imaginación cotidiana pero que guarda un completo sentido. Sé que quizá estoy haciendo uso de un DeLorean defectuoso para viajar al futuro, pero pongámonos en situación: un videojuego para el que prescindamos de la vista y del tacto, donde escuchemos música y sea nuestro el cerebro el que la transforme a medida que suena, sin una meta en la cual se gane o se pierda. ¿Pero eso sería un videojuego? ¡Maldita sea, podría ser un videojuego absoluto, incluso! Salvo porque necesita de la música para ser realizado. Y es que, a fin de cuentas, un videojuego reducido a su mínima expresión sería únicamente interacción. Interacción con elementos visuales ya rezuma impureza —añadiría el amigo Dahlhaus agitando el puño en alto—. El problema termina siendo la interacción con qué, y a través de qué medio. El único medio puro de interacción serían los estímulos cerebrales, pero en ese con qué interactuar entraríamos en un bucle nocivo, ya que sería interactuar con estímulos cerebrales a través de estímulos cerebrales. Y quedarnos con una escalofriante respuesta interrogativa que deja en pañales al conflicto existencial de la música: ¿Es acaso el videojuego en su germen un símil del acto que es vivir?
A este camino del trayecto el DeLorean ha perdido el control y estamos debatiendo como mínimo en Plutón de nuestro año 48.000, lo sé.
Pero para hacer el asunto menos descabellado, retomemos la idea de la música. ¿No era acaso el lenguaje del alma? Esa aseveración sí que debió sembrar perplejidad a diestro y siniestro en su primer momento. Si la música existe porque así puede expresarse el alma, quizás el videojuego nos pudiera ayudar a entender la vida, como otro lenguaje abstracto que se dedica a hacer asimilable lo que se escapa al entendimiento utilitario.
Es probable que nos sintamos tentados a realizar la comparación de la música abstracta y pura con la de un videojuego que trata de trascender a nuestras emociones con filosofía áspera y enrevesada. Nada más lejos de la realidad. Es totalmente al contrario, si cabe. Si en la música el plano de ser ser usada para un fin destruyera su razón de ser más virginal, es probable que en el mundo del videojuego, remontándonos a la idea de los párrafos anteriores, debiera entenderse su razón de ser más inmaculada en la inmersión interactiva. Así, por ejemplo, algo tan simple a fin de cuentas como estar inmerso en la experiencia jugable —de cualquier videojuego, y asumiendo que todo entretenimiento interactivo fuera videojuego, mismamente— ya garantizaría el videojuego absoluto. Su lenguaje está cumpliéndose en ese momento, y no es una cuestión de si usa elementos de fotografía, de música o de arte pictórico. No es en el escrutinio de la amalgama creativa en lo que se mediría la pureza o impureza de un medio cuyo fin fuera crear vida más allá de la realidad.
La música no trata de crear otra vida porque trasciende semejante plano y va directa a la yugular de nuestro sistema límbico y nuestra inteligencia emocional. Sin embargo la música es algo, junto al sonido en sí, inherente a cualquier realidad asimilable para nosotros. Podríamos decir que el videojuego es más absoluto cuanto más toma de la realidad para transformarla en otra distinta. Si dejara la música por el camino ya estaría perdiendo un buen trozo de su razón de ser.