La flecha que recorre este artículo parte de las plataformas digitales, sigue por su inmensa capacidad económica, continua por su capacidad de influencia política y termina por el perfeccionamiento de herramientas de inteligencia artificial y su uso político y militar. Todo ello, todo, atravesado y alimentado por tu atención, la materia prima con la que se construye el proyecto político, social, cultural y económico que algunos han llamado tecnofeudalismo.
Consumir el simulacro
Baudrillard nos robó la realidad durante la década de 1990. El simulacro fue el que consumó el golpe. Las nuevas tecnologías, las pantallas y los trampantojos fueron sus manos ejecutoras.
En su libro El crimen perfecto el filósofo francés planteó la idea de que la realidad había sido asesinada y sustituida por una hiperrealidad de simulacros y signos. Un mundo paralelo ya no basado en hechos comprobables, sino en representaciones manipuladas que habían sustituido a lo real.
Baudrillard ya había desarrollado esta idea en su libro Cultura y simulacro, en él sostuvo que los medios de comunicación, la tecnología y la globalización habían creado un sistema en el que las imágenes y los signos no remitían ya a una realidad subyacente, sino que se autorreferencian entre sí. Así, vivimos en una especie de «ilusión total», en la que la verdad ha sido erradicada y reemplazada por un mundo artificial, como si se tratara de un «crimen perfecto» en el que nadie nota la ausencia de la realidad, y no lo nota porque este simulacro, este nuevo mundo artificial, es más atractivo, seductor y divertido que el otro.
Si Baudrillard aún siguiera con nosotros observaría con cierta morbosidad el uso de las plataformas digitales y su colonización del imaginario contemporáneo. Podría comprobar como el simulacro de realidad que reflejan redes sociales como Instagram se ha vuelto irresistible, e incluso fundamental para nuestra vida como consecuencia de su capacidad para divertirnos, seducirnos, distraernos y robarnos nuestra atención. Y como nuestra atención, la atención que le prestamos al simulacro, se ha convertido en la materia prima sobre la que se están construyendo las mayores fortunas de la historia y la mayor concentración de poder e información que el hombre recuerda.
¿Quién nos ha robado la atención?
La atención es la acción de atender, “aplicar voluntariamente el entendimiento a un objeto espiritual o sensible” según la Real Academia Española, o descrito de una manera menos dieciochesca: dedicar el tiempo necesario a comprender aquello que nos rodea. El enemigo de la atención es la distracción, no dedicar el tiempo necesario a comprender aquello que tenemos delante. Una fuerza que nos obliga a saltar de una cosa a otra, motivados por una búsqueda irrefrenable de entretenimiento o satisfacción inmediata. La atención requiere esfuerzo. Es mucho más difícil quedarse dormido con el móvil en la mano y nuestros ojos en la pantalla, que quedarse dormido con un libro entre las manos.
La atención no sirve únicamente para comprender aquello que nos rodea, también para dotar de jerarquía a los estímulos que recibimos e integrarlos dentro de una visión de las cosas. Sin ella, no podemos seleccionar, conservar o digerir la información relevante que se nos presenta delante de nuestros ojos. Si todo es distracción, si todo nos distrae, dejamos de dotar de sentido a las cosas, de otorgar una profundidad histórica al mundo, de elaborar el contexto suficiente que sitúe los acontecimientos políticos, económicos, sociales, culturales, etc., en una posición determinada. En otras palabras, el mundo se desmorona, se desestructura, ante nuestros ojos y no levantamos siquiera la mirada para verlo.
Sobre este fenómeno existen numerosos libros y ensayos. Uno de los más interesantes es el publicado por uno de los principales estrategas de la empresa Google, James Williams: Clics contra la humanidad: libertad y resistencia en la era de la distracción tecnológica. El trabajo de Williams, y el lugar desde donde se escribe, con la experiencia práctica que posee, resulta fundamental para entender las consecuencias de este asesinato: el asesinato de la atención. Williams abandonó la empresa a comienzos de la segunda década del siglo XXI y comenzó sus estudios de filosofía. Allí encontró muchas de las respuestas que venían acosándolo desde años atrás y supo dar forma a sus preocupaciones acerca del avance de una tecnología que él mismo había ayudado a crear. Comenta Williams en su libro que, “la atención que estáis dedicándole ahora mismo a este libro (…) y que comprende, entre otras cosas, los constantes movimientos oculares, los flujos de información dirigidos a las funciones de control ejecutivas, las reservas de voluntad que le estáis consagrando y los objetivos que os han impulsado a leerlo: todo esto y otros procesos similares que os sirven para gobernar vuestras vidas son, literalmente, el fin que persiguen muchas de las tecnologías que usáis a diario” (2021, pág. 53).
¿Es entonces la tecnología la culpable de nuestra pérdida de atención? ¿De nuestra menguante capacidad de recordar nada de lo que vemos, leemos, escuchamos o jugamos? ¿Debemos cerrar ya la investigación y culpar a la tecnología de este delito? Ciertamente no, aunque juega un papel determinante. La mayoría de las tecnologías instaladas en nuestros dispositivos móviles están creadas para maximizar el tiempo que dedicamos a un producto en concreto, a mantenerte clicando, tecleando o deslizando el dedo por tu pantalla, y a mostrarte el mayor número de páginas o anuncios posibles. Según Williams esta serie de funciones tratan de robarnos nuestra “luz astral”, es decir, la comprensión profunda de los aspectos sociales, políticos o históricos que nos conciernen.
El robo de nuestra atención no es una finalidad en sí misma, se redirige hacia otros puntos interconectados entre sí como mejorar perpetuamente la rentabilidad económica de un grupo concreto de grandes empresas tecnológicas, a hacer más eficientes determinadas herramientas de control social y a entrenar instrumentos cada vez más refinados que refuerzan, aún más, los dos primeros objetivos.
Entonces, a la pregunta ¿quién es el culpable del robo de nuestra atención? La respuesta se antoja sencilla, sólo hay que seguir el dinero, como diría Lester Freamon, y su rastro nos conduce invariablemente a los responsables actuales de todas estas tecnologías y a los beneficiarios de su pantagruélica rentabilidad económica, del control social y del refuerzo de ambos.
Los intereses de las grandes empresas han estado siempre en el corazón de muchos gobiernos, tanto democráticos como no democráticos. Sin embargo, en pocos lugares se les ha dado a sus responsables una posición tan protagonista como la que le ha otorgado Donald Trump a Mark Zuckerberg, consejero delegado de Meta, Jeff Bezos, de Amazon, Sundar Pichai, de Google, y Elon Musk, de Tesla y X durante su investidura.
Esta posición y esta nueva relación ejemplifica un nuevo orden industrial, económico y político donde tu atención, la mía y la tuya, es la materia prima sobre la que se cimienta todo lo demás.
La búsqueda incansable del beneficio económico
El robo de nuestra atención es un negocio milmillonario. Ha sido estudiado en detalle por teóricas como la socióloga Shoshana Zuboff en su libro La era del capitalismo de vigilancia. El argumento principal de esta obra es que las grandes empresas tecnológicas han desarrollado un nuevo modelo económico basado en la extracción y explotación masiva de datos personales. Convierten nuestra atención en dinero.
Zuboff sostiene que compañías como Google, Facebook y Amazon han convertido la información personal de los usuarios en su principal recurso, recopilándola sin su consentimiento explícito con fines comerciales. A diferencia del capitalismo industrial, que se basaba en la producción de bienes y servicios, el capitalismo de vigilancia se centra en la apropiación y monetización del comportamiento humano como una materia prima.
En la introducción de este monumental trabajo Zuboff ofrece un ejemplo demoledor de su argumento. Este capitalismo de vigilancia, dice Zuboff, es decir, este monopolio económico de las grandes empresas tecnológicas, no es una expresión inevitable del progreso técnico, sino que son lógicas en acción (2020, pág. 31) de un modelo ”meticulosamente calculado y generosamente financiado con lo que alguien trata de alcanzar unos fines comerciales en provecho propio” (2020, pág. 31). Para ilustrar esta idea establece una comparación entre dos herramientas de gestión del hogar nacidas durante los primeros dos mil, en la primera toda la información recogida por el software no era compartida, el precio del servicio que adquiría el usuario era la única fuente de ingresos de la compañía, y la otra, creada por Google, basaba su rentabilidad en la extracción y el procesamiento masivo de los datos recogidos para su posterior venta a diferentes empresas e instituciones gubernamentales. Las dos contaban con los mismos componentes técnicos y tecnológicos, las dos tenían la misma función primaria: controlar diferentes aspectos del hogar a través de dispositivos electrónicos, sin embargo la primera situaba al usuario en el centro y la segunda lo utilizaba como una fuente de materia prima lista para explotarse. Por esto mismo la tecnología no es la culpable del asesinato, sino las grandes empresas que la gestionan en su búsqueda incansable de acumulación económica.
Empresas milmillonarias como Meta deben a este robo, al robo de nuestra atención, todo su capital. Buena parte de su inversión y desarrollo tecnológico se basa en la creación de mecanismos que aportan dopamina y serotonina a los usuarios para seducirlos y mantenerlos atados a la pantalla todo el tiempo posible. Comenta James Williams en su libro que, “se invierten literalmente miles de millones de dólares en encontrar la manera de conseguir que poséis vuestra mirada en una cosa y no en otra; que compréis una cosa y no otra; que os preocupéis de una cosa y no de otra. Este es, literalmente, el propósito de diseño de muchas de esas tecnologías en las que habéis depositado vuestra confianza para que os ayuden a pilotar vuestra vida” (2021, pág. 53).
Además, alrededor de estas grandes corporaciones, se han construido toda una serie de industrias secundarias, como por ejemplo los creadores de contenido, obreros voluntarios y mal pagados que facilitan y engrasan su funcionamiento para capturar nuestra atención y obtener un beneficio pecuniario a cambio. Esta búsqueda incansable de nuestra atención para convertirlo en beneficio económico ha trastocado toda la cultura contemporánea, dando lugar a la cultura algorítmica
Esta situación está generando entre la población una alienación similar a la que podrían sufrir los obreros industriales del siglo XIX y comienzos del XX. Nuestra estructura mental ha cambiado como consecuencia del uso de estas plataformas. Nuestra memoria se ha visto afectada. El robo de nuestra atención, y toda la industria económica que les rodea, debe entenderse entonces como un todo, como una ideología, como una forma de mirar y pensar el mundo. Geert Lovink, en su libro Tristes por diseño, refiere que “nuestra época es una era (…) chata (…) marcado por las preocupaciones del frágil yo. Cada uno tiene sus razones para apagarse y cubrirse en su coraza. Mientras que las corporaciones pueden crecer por las noches hasta convertirse en estructuras gigantescas, estrafalarias en su infraestructura, nuestro entendimiento del mundo se queda atrasado, o se reduce incluso” (2019, pág, 17).
Nuestra distracción les beneficia. A la vista están los resultados. Entre las 50 empresas con mayor valor en bolsa a nivel se encuentran entre las 8 primeras Apple, Nvidia, Amazon, Alphabet, Meta y Tesla (Elon Musk). Esta situación hegemónica no puede revertirse a golpe de reforma, dado que en la red se han entretejido innumerables intereses económicos y políticos, como prueba, de nuevo, la investidura de Donald Trump, pero también la ofensiva que lanzó Xi Jinping contra las grandes tecnológicas chinas para controlar y dirigir su crecimiento. Por lo tanto, habría que preguntarse, ¿el robo de nuestra atención se traduce únicamente en rentabilidad económica? No, por supuesto. Tras conseguir el poder económico ahora desean perpetuar su situación hegemónica influyendo en el Estado y en el poder político. Como apuntó Hannah Arendt en El origen del totalitarismo para describir el fenómeno del imperialismo como la primera fase de la dominación política de la burguesía: “en la era del imperialismo, los hombres de negocios se convirtieron en políticos y fueron aclamados como hombres de Estado, mientras que a los hombres de Estado solo se les tomaba en serio si hablaban el lenguaje de los empresarios con éxito” (1998, pág. 127).
La persecución del control social para asegurar el beneficio económico
La revista The New Yorker publicaba hace unos meses un artículo titulado “Silicon Valley: the New Lobbiying Monster”, firmado por Charles Duhigg. Este periodista analizó cómo la industria tecnológica se había convertido en una fuerza dominante en el ámbito de la influencia política en Estados Unidos. A medida que Silicon Valley ha crecido en poder económico, ha adoptado estrategias más agresivas, invirtiendo cientos de millones con el objetivo de influir en políticas relacionadas con criptomonedas e inteligencia artificial. Duhigg, en la red social X, publicaba un gráfico muy elocuente al respecto que reflejaba la evolución de las inversiones políticas realizadas por las grandes empresas tecnológicas en Estados Unidos.

Esta inversión ha dado sus frutos. El gobierno federal estadounidense ya ha modificado, desde la investidura de Trump, numerosas normativas referidas a estos aspectos. Para comenzar, Elon Musk, propietario de X, la antigua Twitter, forma parte del gobierno del presidente, y para continuar toda esta serie de decretos recogidos por la revista Fortune:
Trump revocó la orden ejecutiva de Biden de 2023 sobre el riesgo de la IA. El mandato requería que los desarrolladores de sistemas de inteligencia artificial que representaran riesgos para la seguridad nacional, la economía o la salud y seguridad públicas compartieran los resultados de sus pruebas de seguridad con el gobierno federal antes de su lanzamiento al público.
Trump firmó una orden para “detener inmediatamente toda censura gubernamental” en las redes sociales. La norma amenaza los esfuerzos para frenar la desinformación y genera cierta incertidumbre legal para los funcionarios gubernamentales que puedan comunicarse con empresas tecnológicas privadas sobre temas como elecciones, desastres naturales o salud pública.
Trump firmó una orden para pausar la prohibición de TikTok por más de dos meses. “Estoy instruyendo al Fiscal General a no tomar ninguna acción para hacer cumplir la Ley”, se lee en la orden, con el fin de permitir que la administración Trump “determine el curso de acción adecuado”. (Recordatorio: Una orden ejecutiva presidencial no puede modificar una ley del Congreso).
Trump firmó una orden declarando una “emergencia energética nacional”. Sus declaraciones al respecto se centraron en los combustibles fósiles (de los cuales EE.UU. no tiene escasez), pero existe la percepción de que Trump podría usar autoridades de emergencia para acelerar la apertura de nuevas plantas de energía o mantener abiertas instalaciones que estaban programadas para cerrar, en el contexto del creciente consumo eléctrico de los centros de datos para IA.
Resulta obvio deducir que las inversiones realizadas por las grandes tecnológicas en la política estadounidense están dando sus frutos. Tan rentable ha sido esta inversión que personajes como Elon Musk han decidido exportarla a otros países como Alemania. El propietario de la red social X ha apoyado al partido de ultraderecha Alternativa para Alemania. Una de las razones para darle su apoyo han sido las políticas desregulatorias que defienden los líderes de este partido, así como el disenso que generaría en la Unión Europea la entrada de partidos favorables a estos empresarios tecnológicos estadounidenses en la toma de decisiones comunitarias. Más aún cuando introducimos en este marco una idea: la Unión Europa es el espacio donde más se han regulado tecnologías como la inteligencia artificial o donde más sanciones se han impuesto contra estas grandes empresas.
Ahora bien, no sólo están aportando dinero al gobierno estadounidense, también información y datos. Desde los atentados de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas el control y la vigilancia de la población se han convertido en un pilar fundamental de la política norteamericana. Para asegurar la seguridad del país se han invertido miles de millones, un objetivo para el que las redes sociales son una poderosísima herramienta.
Desde hace unos años existen pruebas, y también denuncias, del uso de datos privados alojados en los servidores de las plataformas digitales utilizados para el control social de la población. The Brennan Center for Justice, centro adscrito a la New York University School of Law lleva desde hace años denunciando esta intromisión en la privacidad de los usuarios y ha reunido en su web numerosos ejemplos.
Más recientemente, y de nuevo en la investidura de Donald Trump, hemos podido comprobar como esta unión entre las grandes megacorporaciones tecnológicas y determinados gobiernos sigue más vigente que nunca, unidos en la persecución de un objetivo común: la rentabilidad económica y el control de la población, entendida ésta bajo el concepto de “seguridad nacional”. Por supuesto, esta idea la comparten otros países, son muchos los que emplean estas herramientas para mejorar el control de su población,
Todas estas herramientas: plataformas digitales, redes sociales e inteligencia artificial forman un entramado utilísimo para el poder, quien, a cambio, le cede a estas gigantescas empresas subvenciones y posiciones ventajosas con respecto a la competencia.
La mejora de las herramientas de control y presión para asegurar el control social y el beneficio económico
Hasta ahora he citado en este texto numerosas empresas y plataformas. Cualquier lector podría comentar que he pintado con brocha gorda una pared gigantesca. No todas las empresas tecnológicas y plataformas comparten la misma ideología ni los mismos objetivos. Sin embargo, si nos centramos en aquellas que asistieron a la toma de posesión del presidente Trump: Meta, Amazon, Google, Tesla y X y OpenIA si encontramos un denominador común: el desarrollo de software de inteligencia artificial: Meta AI, Amazon Q, Gemini, xAI y la propia OpenIA respectivamente.
El empeño por proteger y hacer más eficiente la inteligencia artificial es un objetivo compartido por las grandes empresas tecnológicas y el gobierno estadounidense. De hecho, a los pocos días de su investidura, Donald Trump prometió una ayuda de 500.000 millones de dólares dirigida a OpenAI, SoftBank y Oracle para la creación de una infraestructura estatal capaz de rivalizar con otras infraestructuras tecnológicas rivales, como la china.
¿Y cuál es la materia prima con la que se entrenan estos software de inteligencia artificial? Efectivamente, tu atención. Las redes sociales han sido empleadas por compañías como OpenAI para entrenar y refinar el algoritmo de ChatGPT. Meta utiliza todos los contenidos publicados en Facebook e Instagram para mejorar su software de inteligencia artificial. Elon Musk utiliza por defecto la actividad de los usuarios en X para entrenar también su software de inteligencia artificial xAI. Un software que emplea hardware producido y vendido por la empresa Nvidia, la cual posee acciones de diferentes empresas de inteligencia artificial como, por ejemplo, OpenAI. Este entramado de relaciones e intereses comerciales podría esquematizarse así:

Frente a este escenario, la siguiente pregunta que deberíamos hacernos es, ¿para qué utilizan estas herramientas de inteligencia artificial? La respuesta más obvia la conocemos todos: software como ChatGPT, asistentes de texto, o MidJourney, creación de imágenes. Sin embargo, sus usos van mucho más allá y aunque existen cientos de usos diferentes, vamos a centrarnos en dos: los usos políticos y de control de la población y los usos armamentísticos.
El Índice de Vigilancia Global de IA, creado por el Carnegie Endowment for International Peace, mide la adopción y el uso de tecnologías de vigilancia basadas en inteligencia artificial en 176 países. Está enfocado en el uso de herramientas de reconocimiento facial, vigilancia en internacional y predicción de delitos, y examina, también, quienes son los países y empresas que proveen de estas herramientas a los distintos países, así como el grado democrático de los países que las utilizan.
Las conclusiones más relevantes de este informe apuntan a que, en 2019, al menos 75 de los 176 países analizados estaban utilizando activamente tecnologías de inteligencia artificial para fines de vigilancia. También concluye que la influencia de China es cada vez mayor en la expansión de la vigilancia con inteligencia artificial. Empresas como Huawei, Hikvision, Dahua y ZTE son proveedores clave de este tipo de tecnologías a todo tipo de países. Y además, señala que existe una relación evidente entre la relación entre el gasto militar y el uso de la vigilancia con IA, de hecho, apunta que de los 50 países con mayor gasto militar, 40 utilizan sistemas de vigilancia basados en inteligencia artificial.
No solo China, país que merecería su propio artículo, otros países como Estados Unidos o España se encuentran dentro de este índice y son, en el caso del primero, proveedores clave de este tipo de tecnologías. De hecho, programas informáticos como Palantir, creado por Peter Thiel, uno de los primeros inversores de Meta, mecenas de J. D. Vance y cofundador, junto a Elon Musk, de la plataforma de pagos PayPal, es uno de los más utilizados y se encuentra presente en países de nuestro entorno como Alemania. Tampoco podemos olvidarnos de la empresa Starlink, propiedad de Elon Musk y enfocada al lanzamiento de satélites de comunicación para su uso por los Estados que adquieran sus servicios. Una empresa en la que también está embarcado Jeff Bezos y su compañía Blue Origins. Este uso de la inteligencia artificial para la vigilancia de la ciudadanía no ha parado de aumentar desde 2019. En la actualidad, incluso la Unión Europea permite a los distintos cuerpos policías de los estados miembros su uso.
Por lo tanto, el primero uso resulta evidente: mejorar y hacer más eficiente el control de los ciudadanos por parte de los gobiernos e instituciones del Estado. Sin embargo, este uso tiene otra vertiente: el uso militar.
Estados como Israel ya han comenzado a utilizar métodos y herramientas guiadas por inteligencia artificial para señalar y eliminar a los enemigos etiquetados como tal por software como Lavender, Where is Daddy? y The Gospel. Cada uno de estos programas informáticos tiene una función concreta. Lavender analiza grandes volúmenes de datos extraídos de las redes sociales de los residentes de Gaza para identificar posibles objetivos asociados con grupos militantes como Hamás o la Yihad Islámica. Además, utiliza parámetros como cambios frecuentes de teléfono o el género masculino para determinar la probabilidad de que un individuo sea un objetivo legítimo. Where is Daddy? rastrea a los individuos marcados para asegurar que estén en casa durante el ataque, y The Gospel identifica estructuras desde las cuales operan militantes.
El conglomerado militar y armamentístico es quizás el sector que más se está beneficiando del crecimiento de la inteligencia artificial. Desde hace décadas existe la preocupación por la automatización del armamento, sin embargo, en los últimos años ha cambiado la intensidad tanto de esta preocupación como de la implementación de la automatización en el armamento. En 2019 el Pentágono comunicó que se encontraba trabajando en una red de enjambres de drones capaces de portar equipamiento militar o armas. Esta serie de innovaciones no ha cesado de aumentar desde entonces y ya habido conflictos recientes, como la guerra del Alto Karabaj donde los drones han sido clave para el desarrollo del enfrentamiento.
Sin embargo, ¿qué relación tiene Meta, una de las culpables del asesinato de nuestra atención y propietaria de Instagram, WhatsApp o Instagram, con el ejército? Desde noviembre de 2024 la empresa de Mark Zuckerberg permite el uso de sus datos al ejército de los Estados Unidos, concretamente le ha dado acceso a agencias militares y de seguridad nacional de Estados Unidos y sus aliados para utilizar su modelo de IA, Llama, que incluyen aplicaciones logísticas, de ciberseguridad y seguimiento de financiamiento terrorista. Aunque se prohíbe su uso directo en combate o espionaje, esta decisión marca un cambio radical en la política de la empresa respecto al uso militar de sus tecnologías. No es el único ejemplo, también OpenAI, responsable de ChatGPT, se ha asociado con Anduril, una empresa emergente de defensa creada por Palmer Luckey, fundador de Oculus VR, que fabrica misiles, drones y software para el ejército estadounidense. Su objetivo es mejorar los sistemas de defensa aérea mediante la aplicación de modelos de IA avanzados. Esta empresa, Anduril, se dio a conocer en 2022, cuando desarrolló un sistema impulsado por inteligencia artificial que debía registrar y vigilar la entrada de emigrantes en los Estados Unidos. Una compañía, Anduri, financiada también por Peter Thiel.
En marzo de 2024 la agencia Reuters informaba de la creación de un sistema de satélites espías por parte SpaceX, propiedad de Elon Musk, para ponerlos al servicio del servicio de inteligencia de los Estados Unidos. La revista Time publicaba en mayo de 2024 un artículo sobre 200 empleados de Google DeepMind preocupados sobre el posible uso indebido de la inteligencia artificial y la violación de las propias políticas de la compañía. Todos ellos firmaron una carta instando a la empresa a finalizar sus contratos con organizaciones militares. Los 200 trabajadores eran parte del proyecto Nimbus, un contrato de $1.2 mil millones entre Google, Amazon y el gobierno israelí para proporcionar servicios de computación en la nube y herramientas de inteligencia artificial. Los empleados temían que esta tecnología pudiera ser utilizada para fines militares o de vigilancia que contravengan las normas internacionales de derechos humanos, como efectivamente ocurrió.
Los usos de la inteligencia artificial no deben entenderse únicamente bajo preocupaciones culturales, que también. La mayor preocupación, sin duda alguna, debe ir encaminada a pensar, criticar y denunciar prácticas que conducen, invariablemente, a la instalación de sistemas totalitarios de vigilancia y herramientas represivas tremendamente poderosas. En este artículo hemos esbozado únicamente una serie de ideas entrelazadas, la realidad es mucho más profunda y extensa. Hemos dejado fuera, por ejemplo, el uso dado a las auténticas materias por estas compañías, y las facilidades que los diferentes gobiernos les dan para su uso y extracción.
Conclusión
La línea de puntos que ha tratado de unir todas las claves de este artículo ha tratado de relacionar a todos los asistentes a la investidura de Trump poseen con diferentes redes sociales: Zuckerberg con Facebook, Instagram y WhatsApp; Elon Musk con X; Altman, de OpenIA, utiliza información contenida en todas estas redes sociales para entrenar a sus diferentes programas informáticos; Jeff Bezos con Amazon Web Services, aloja la información de la mayoría de las redes sociales; Sundar Pichai con Alphabet, Google, son los propietarios de YouTube. Todas estas empresas tecnológicas entrenan herramientas de inteligencia artificial con los datos que recopilan de la atención que les prestamos. Y todas estas empresas venden, o ceden, parte de estas herramientas de inteligencia artificial a servicios gubernamentales para mejorar el control de la población o a servicios militares para generar armas más precisas y mortíferas. Ante todo esto, resulta más sencillo entender el desafío que supone el nacimiento de herramientas de inteligencia artificial más eficientes y baratas.
Todos estos ejemplos usan o han usado herramientas de inteligencia artificial entrenada por las grandes empresas tecnológicas del momento, educadas, en gran parte, gracias a nuestros datos e interacciones en la red. Nuestra atención, nuestro tiempo en la pantalla, entrena herramientas que se venden o ceden al conglomerado armamentístico y militar para la creación de mejores y más eficientes armas, para la elaboración de mejores y más eficientes sistemas de control de la población y para la elaboración de mejores y más eficientes sistemas de obtención de capital. Nuestra atención es su materia prima, atrapada y rentabilizada por el simulacro ideado por Baudrillard, aquel que acabó con la realidad.
Frente a esta situación, frente a la creciente oleada de control y vigilancia que se extiende desde Estados Unidos y desde otros lugares como China, ¿qué debemos hacer los ciudadanos? ¿Dejar de utilizar las plataformas digitales? En este artículo se han escapado muchos nombres propios, para los cuales sería necesario un libro o varios volúmenes. La extensión de la red urdida desde hace décadas es demasiado tupida, demasiado intensa y está demasiado dentro de nuestro día a día para desmadejarla y volverla a recomponer una más amable con los intereses vitales de cada uno de nosotros. Sin embargo, aún hay tiempo para cambiar, para desviar el enfoque de la inteligencia artificial y devolverla a unos cauces útiles para el común de la sociedad, y todo comienza por un paso muy simple aunque prácticamente imposible: recuperar nuestra atención, recuperar nuestra capacidad de observar y dotar de sentido aquello que nos rodea. Y de los segundos y terceros pasos ya trataremos en próximos artículos.