Díptico de Marilyn (1962), Andy Warhol. Copia de un retrato publicitario de la actriz interpretando a Rose Loomis en la película Niagara de 1953, que, debido a su incesante repetición va agotándose hasta desaparecer.

La cultura histórica del algoritmo

12 de enero de 2025

Un algoritmo es un conjunto ordenado y finito de operaciones que permite hallar la solución de un problema. Este mecanismo matemático es el que da vida a la inteligencia artificial. De acuerdo con el matemático Marcus du Sautoy, las cuatro características fundamentales que debe poseer todo algoritmo son las siguientes (du Sautoy, 2020):

  1. Debe consistir en un conjunto de órdenes enunciadas con precisión y sin ninguna ambigüedad.
  2. El proceso tiene que terminar siempre, independientemente de los números que se introduzcan.
  3. Debe dar una respuesta para cualesquiera valores que se introduzcan en el algoritmo.
  4. Preferentemente, debe ser rápido.

Los algoritmos han estado unidos a la programación informática desde sus orígenes, pero, desde la década de 1990 han conseguido una importancia esencial al insertarse como parte integral de las plataformas y redes sociales. Cada una de ellas (Instagram, Facebook, Spotify, Google Maps, etc.) ha desarrollado su propio conjunto ordenado y finito de operaciones e incorpora variables y grupos de ecuaciones específicamente diseñados para sus intereses (Chayka, 2024, pág. 34).

Mundofiltro

El periodista y ensayista estadounidense Kyle Chayka se preguntó sobre esta misma cuestión y la respuesta a su pregunta fue su libro Mundofiltro (2024). En él, el redactor de la revista The New Yorker, acuñó el concepto que dio nombre a su libro: mundofiltro. El mundofiltro es la vasta, interconectada y difusa red de algoritmos que influyen en nuestras vidas y que tienen un efecto especialmente relevante sobre la cultura y su consumo (2024, pág. 15). 

El primer algoritmo de internet plenamente masivo, familiar casi para cualquier usuario de internet, fue el algoritmo de búsqueda de Google. En 1996, mientras estudiaban en la Universidad de Stanford, Sergrey Brin y Larry Page, los cofundadores de Google, empezaron a trabajar en lo que se convertiría en PageRank, un sistema para rastrear internet e identificar aquellas webs que eran más útiles e informativas que otras. PageRank funcionaba midiendo cuántas veces se enlazaba una página web con otras, de forma similar al modo en que los artículos académicos citan materiales clave de investigaciones anteriores. Cuanto más enlaces tenía, más probabilidades había de que la página fuese importante. La métrica de las citas “se corresponde con la idea subjetiva que tiene la gente de lo que es relevante”, decían Brin y Page en un artículo de 1998, “The Anatomy of a Large-Scale Hypertextual Web Search Engine”. PageRank unía una variedad de filtrado colaborativo al filtrado de contenido: al enlazar diversas páginas, los usuarios humanos habían creado ya un mapa subjetivo  de recomendaciones que el algoritmo podía incorporar. También medía factores como el número de enlaces de una página, la calidad relativa de los enlaces e incluso el tamaño del texto; cuanto más extenso era el texto, más relevante podía ser para un término de búsqueda determinado. Las páginas con un nivel más alto de PageRank tenían más probabilidades de aparecer en el primer lugar de la lista de resultados de búsqueda (Chayka, Mundofiltro, 2024)

Este primer algoritmo aparecido a mediados de la década de 1990 ya afectó a la cultura histórica y a nuestra relación con el pasado al jerarquizar los contenidos de la web. Los investigadores Ken Hillis, Michael Petit, Kylie Jarrett se preguntaron, en el primer capítulo de su libro Google and the culture of search (2013), como era buscar información antes de la irrupción de Google. Si nos hacemos esta misma pregunta a nosotros mismos probablemente seamos conscientes de cómo PageRank ha cambiado la forma en la que buscamos información. Este éxito tan monumental  ha conllevado la imposición de sus reglas.

Las leyes del Mundofiltro

La primera regla, y la más importante, es la relevancia, la cual jerarquiza la información y dispone los resultados de la búsqueda en una lista. Ahora bien, ¿qué es lo relevante y qué no lo es? A esta pregunta no respondemos nosotros, los usuarios, responde el algoritmo PageRank del programa informático Google Search propiedad del conglomerado mediático Alphabet. Y “dado que la búsqueda en red constituye un proceso de conocimiento, cualquier concepción de relevancia codificada algorítmicamente por ingenieros afecta la forma en que llegamos a conocer. Además, dada la creencia metafísica generalizada y creciente de que todo lo que importa está ahora en la Web, lo que el motor de búsqueda revela a través de su lista de resultados se vuelve cada vez más equivalente a lo que podemos saber”(Hillis, Petit, & Jarrett, 2013, págs. 53-54). Al convertir el motor de búsqueda de Google en nuestra principal puerta de entrada a internet, al convertirse en el principal proveedor de información, le hemos concedido un poder inusual: la capacidad de delimitar que es aquello que podemos saber, la jerarquización de la información en base a una perspectiva pretendidamente utilitarista y objetivista, y la posibilidad de esconder o destacar determinadas informaciones[1].

PageRank, el algoritmo de Google, no ha afectado únicamente a la búsqueda de información en la web, también ha afectado, como hemos mencionado con anterioridad, a otros ámbitos de la web como las redes sociales:

Al principio, el News Feed[2] seguía un orden puramente cronológico, con las actualizaciones más recientes en primer lugar, pero poco a poco empezó a guiarse por una lógica más algorítmica. A medida que Facebook crecía y los usuarios añadían contactos, y estos iban más allás de las relaciones personales para extenderse a publicaciones y marcas, el volumen de actualizaciones individuales fue creciendo. Con el tiempo, las actualizaciones dejaron de ser notas triviales de amigos para pasar a ser mensajes de grupos, enlaces a nuevas historias y anuncios publicitarios. Con tal volumen y variedad de publicaciones, era imposible que los usuarios ocasiones pudiesen seguir un feed cronológico, y, si lo intentaban, o se sentían abrumados, o se les escapaban alguna publicación importante, lo que podía hacer que cundiera la insatisfacción con la plataforma. En último término, la escala y la velocidad de consumo convirtieron el filtrado algorítmico agresivo en una necesidad para Facebook (Chayka, Mundofiltro, 2024, pág. 44)

La preeminencia del contenido seleccionado y presentado por el algoritmo al usuario tiene como efecto la imposición de sus resultados y, a la vez, la obligación de seguir una serie de condicionantes opacos para que el algoritmo seleccione y visibilice al resto de usuarios tu contenido. El algoritmo elaborado de forma opaca e interesada por una empresa privada determina aquello que puedes y que no puedes ver. Su elaboración no es estática, continuamente va modificándose para perfeccionar su objetivo: captar la atención del usuario. Esto genera la conocida como “ansiedad algorítimica

La cual sitúa la carga de la acción sobre el usuario, o sobre la empresa: el usuario debe cambiar de comportamiento o se arriesga a desaparecer. A veces, cuando sus publicaciones o su contenido en una plataforma determinada dejan de suscitar el mismo nivel de interacción que antes, los usuarios se quejan de que los han “bloqueado disimuladamente”. Es frecuente que los usuarios teman que su cuenta sea bloqueada sin previo aviso ni remedio por parte de quienquiera que tome las decisiones; pero también es posible que las prioridades del algoritmo hayan cambiado sin más y que el tráfico ya no fluya hacia ellos (Chayka, Mundofiltro, 2024, pág. 57)

La adecuación de los contenidos y la información elaborada por el usuario para ser beneficiado por la lógica del algoritmo ha provocado el nacimiento de una nueva cultura que podríamos denominar “cultura del algoritmo”, la cual se caracteriza por “ser accesible, reproducible, participativa y ambiental. Se presta a que el gran público la comparta, y mantiene su significado para grupos diversos, quienes la alteran levemente para sus propios fines” (Chayka, Mundofiltro, 2024, pág. 16). Lo cual, a su vez, ha creado una “cultura histórica del algoritmo”, accesible, reproducible, participativa y ambiental, no molesta, es agradable y lo bastante corriente para no destacar. Se presta a ser compartido, y mantiene su significado para grupos diversos, quienes pueden alterarlo para sus propios fines.

La cultura histórica del algoritmo

El impacto del algoritmo no afecta únicamente al usuario y a aquello que deciden publicar y compartir, también influye notablemente en aquello a lo que pueden acceder en la web. La información más compartida y difundida se convertirá en omnipresente en la red gracias al funcionamiento del algoritmo. Este fenómeno puede observarse de forma cristalina en las tiendas digitales de libros. La elefanciaca web de ventas Amazon ha abierto, en los últimos años, librerías físicas en algunas ciudades estadounidenses. En ellas ha dispuesto los libros de la misma manera que lo hace en la web, manifestando aún más los peligros del algoritmo para la cultura histórica. Kyle Chayka visitó una de ellas en Whasington durante 2018:

La disposición de la tienda seguía el diseño de su página web, con los títulos “más populares” presentados de forma destacada. Los libros no estaban organizados por autor ni por criterios geográficos, no siquiera por género de una manera coherente, sino más bien por el éxito que tenían en la red: ese era el algoritmo que Amazon Books utilizaba para determinar la calidad de la literatura. De nuevo, el engagement era el valor supremo. Alrededor de la tienda había carteles que explicaban por qué destacaban determinados libros: eran los “más vendidos” o habían recibido una valoración de “4,5 estrellas o más”, o incluso de “4,8 estrellas o más”. ¿Acaso ese promedio superior en 0,3 estrellas indicaba algo sobre el valor del libro? Otros carteles hacían referencia a “los más deseados en Amazon.com” o resaltaban cuantos pedidos en preventa habían recibido en la red. Algunas estanterías se habían organizado según un sistema de recomendación analógico. A la izquierda de cada estante había un único libro, con la etiqueta de “Si te gustó…”, y una selección de libros a la derecha, “Te gustará…”. Por ejemplo, Sapiens, de Noah Harari, suscitaba la recomendación de otros bestsellers de no ficción como Armas, gérmenes y acero, de Jared Diamond y Las nuevas rutas de la seda, de Peter Frankopan (Chayka, Mundofiltro, 2024, pág. 60)

La disposición de la tienda, la organización de los libros, ya no tiene en cuenta ámbitos de estudio, épocas, autores, etc. No hay una organización clara. Internet no es un archivo, es un escaparate, y todo lo que esto contiene está determinado por el algoritmo y la necesidad del usuario por destacar en este escaparate. Traspasar este funcionamiento al mundo material es un peligro, dado que solo aparecerán en las librerías aquellos libros que ya hayan sido un éxito, perpetuando la corriente cultural mayoritaria caracterizada, como apuntamos más atrás, por ser accesible, reproducible, participativa y ambiental.

¿Cuáles son las obras que triunfan en esta cultura del algoritmo? Las más normales y parecidas entre ellas. Tras describir y dejar por escrito algunas declaraciones de Damon Krukowski, miembro de la banda musical Galaxie 500, referidas a la explosión viral de una de sus canciones, Strange, como consecuencia de su similitud con otras muchas canciones de bandas reconocidas popularmente, Chayka explica que este fenómeno, el triunfo de un objeto en la cultura algorítmica, es producto de lo que él denomina “normalización algorítmica”:

El término “normal” sirve para denominar lo que no molesta y es corriente, algo que no produce reacciones negativas. Cualquier contenido que se ajuste a esa zona de medianía verá acelerada su promoción y crecimiento (…). Cuanto menos gente ve contenidos que no reciben promoción, más desapercibidos pasan y menos incentivos hay para que los creadores los produzcan, en parte porque no resultaría sostenible económicamente. Los límites de lo estéticamente aceptable se van estrechando cada vez más, hasta que solo queda una columna en el centro. Mientras que los estilos populares varían como blancos móviles, la centralización y la normalización perduran (Chayka, Mundofiltro, 2024, pág. 80)

El algoritmo condiciona el pasado

Si aplicamos esta idea a la disciplina histórica y a la relación con el pasado encontramos dos importantes razones que explican las listas de libros más vendidos, monumentos históricos más visitados, películas y series de televisión históricas más vistas, videojuegos más disfrutados, etc.. La primera de ellas, en la representación del pasado triunfa aquello que no molesta, que no produce reacciones negativas y que, como consecuencia, ve acelerada su promoción y crecimiento en términos de audiencia y popularidad. La segunda razón es que utilizamos diferentes softwares para buscar y encontrar libros que leer, películas que ver, videojuegos que jugar y monumentos que visitar. Distintos programas informáticos como Google Maps, servicios webs como Amazon o redes sociales como Twitter funcionan todos ellos a través de la implementación de distintos servicios tecnológicos como PageRank, EdgeRank o similares. Lo cual explica que cuando busquemos en internet un objeto el resultado sea muy similar. Todo ello se debe a una razón: cuanta menos gente ve contenidos que no reciben promoción, más desapercibidos pasan y menos incentivos hay para que los creadores los produzcan.

Los límites de lo representable en términos históricos se va estrechando, y lo hace porque el pasado se encuentra constreñido por las cuerdas de la rentabilidad, las cuales van apretándolo más y más al hasta hacerlo cada vez más pequeño, más manejable y, sobre todo, más eficiente. Por lo que los resultados de búsqueda son cada vez más uniformes. Lo diferente, aquello que se aleja de la norma, queda limitado a proyectos independientes y a círculos cada vez más reducidos. Este fenómeno genera una falsa ilusión de abundancia y tergiversa nuestra relación personal con la cultura.

La normalización algorítmica nos impide, por comodidad, buscar más allá de lo recomendado. “Cuanto más automatizado está un flujo algorítmico”, comenta Chayka en relación al coleccionismo cultural de libros, películas, música en formato físico, “más pasivos nos vuelve como consumidores y menos necesidad sentimos de construir una colección, de preservar lo que nos importa. Renunciamos a la responsabilidad de coleccionar” (2024, pág. 93). La supuesta inmensidad de información y de objetos digitales que prometen las plataformas[3] nos separa emocionalmente de aquello que poseemos, debido a que, precisamente, no se trata de una posesión. Somos incapaces de recordar aquello que hemos visto o leído, y esto se debe a la presumida sobreabundancia de objetos digitales. Sin embargo, también debemos tener en cuenta la idea de posesión y responsabilidad hacia lo poseído. “Benjamin”, comenta Chayka, escribió que los coleccionistas se “sienten responsables” de sus colecciones. Pero es muy difícil albergar este sentimiento de posesión respecto a lo que coleccionamos en internet; no podemos gestionar la cultura que valoramos como lo hacía Benjamin. De hecho, no la poseemos y no podemos garantizar que seamos capaces de acceder a ella del mismo modo cada vez” (Chayka, Mundofiltro, 2024, pág. 96).

El algoritmo y el patrimonio

El algoritmo selecciona y nos muestra una porción diaria de recomendaciones culturales que somos libres o no de aceptar pero que, por comodidad y por falta de tiempo, acabamos asumiendo como propias. Un problema que acaba conllevando otro: adaptamos nuestro gusto al del algoritmo. Chayka comenta que éste “no es solo una experiencia digital en nuestras pantallas. También es una fuerza ubicua que moldea el mundo físico” (2024, pág. 111). El historiador Steinhauer estudió con acierto perfiles de difusión histórica en Twitter e Instagram y concluyó que éstos modificaban progresivamente la forma de sus publicaciones para adaptarse al algoritmo y mejorar así las cifras de difusión de sus publicaciones. La adaptación al algoritmo modifica la cultura y, a la vez, modifica el mundo que nos rodea y nuestra relación con él.Los sistemas algorítmicos”, explica Chayka, “influyen sobre el tipo de cultura que consumimos como individuos, moldeando nuestros gustos personales, determinan también el tipo de lugares y espacios hacia los que gravitamos” (2024, pág. 111).

Un fenómeno que está afectando irremediablemente al patrimonio histórico. Éste está dejando de tener un papel identitario, arqueológico, histórico, etc., y está adquiriendo un rol de escenario para la captación de imágenes cuya última finalidad es ser publicadas en las diferentes redes sociales[4]. Las redes sociales, especialmente las más visuales y dependientes del algoritmo, TikTok o Instagram, tienen una presencia fundamental en la promoción turística de determinados lugares[5]. Por tanto, el software y las plataformas sociales basadas en algoritmos como EdgeRank o PageRank, afectan tanto al orden digital y como al orden material, a aquello que hacemos en la pantalla como a aquello que hacemos fuera de ésta, ya que muchas veces aquello que hacemos fuera de la pantalla está destinado a introducirse, más tarde, en ella. “El turismo que generan las plataformas digitales”, concluye Chayka, “causa tanto un aplanamiento literal, es decir, el deterioro que produce esa infinidad de pisadas y de ruedas de vehículos, como un aplanamiento metafórico. (…) La ubicuidad online tiende a desnaturalizar su sujeto a base de erosionar su esencia hasta convertirlo en algo más fácil de consumir o simplemente de hacer que se consuma hasta que deje de existir” (2024, pág. 149).

El algoritmo, el gusto y el pasado

No debemos olvidar, como recuerda Chayka, citando a Pierre Bordieu y su estudio sobre el gusto, que dos son las fuerzas que conforman nuestro gusto. La primera es la búsqueda independiente de los que nos produce placer personal, mientras que la segunda aquello que le gusta a la mayoría, la corriente cultural dominante. Es posible que ambas fuerzas tiren en direcciones opuestas, pero a menudo es más fácil seguir la segunda, en particular cuando internet revela de forma tan inmediata lo que consumen los demás. Los flujos algorítmicos refuerzan aún más la presencia de la corriente dominante, frente a la que evaluamos nuestras elecciones personales (Chayka, Mundofiltro, 2024, pág. 70). Visitamos espacios históricos recurrentemente presentes en las redes sociales. Vemos películas y series de televisión que aparecen constantemente en la pantalla como recomendadas. Leemos los libros que nos recomiendan los “influencers” dedicados a promocionar y difundir sus lecturas, etc.

El tiempo de internet premia las decisiones rápidas e impulsivas, nos arrebata el tiempo necesario para forjar nuestro gusto y nuestro criterio personal. En la red apenas existen largas reseñas literarias, se sustituyen por los comentarios de otros compradores, ya que ni tan siquiera es necesario leer el libro para dejar un comentario sobre él. Todo ello nos anima a seguir la corriente dominante y consumir aquello que ya consumen otros. Un fenómeno que perpetúa discursos hegemónicos y falsos lugares sobre la historia, muy presentes en el pasado mediático, como los retrolugares, pero ausentes o criticados en el pasado histórico. Ya Lukacs, el historiador húngaro, afincado en Estados Unidos denunciaba la pasividad de los historiadores ante los libros y obras de sus colegas. Las reseñas han disminuido enormemente, y lo han hecho, en parte, por la multiplicación exponencial de libros de historia publicados en las últimas décadas, un crecimiento que convertía a cualquier campo de estudios amplio en inabarcable.

La expansión de la cultura algorítmica está provocando un cierto malestar entre la sociedad. La uniformidad está comenzando a alienar a los consumidores en lugar de entretenerlos, y el responsable al que achacamos esta situación es «el algoritmo». En los últimos años, ha prevalecido la noción de que la cultura algorítmica es superficial, de bajo costo y degradada, difuminada como esas fotocopias que se han reproducido en exceso. Esto representa, a su vez, una manifestación de ansiedad algorítmica: la percepción de que, cuando una actividad tan intrínsecamente humana como la creación cultural se automatiza, la autenticidad se vuelve inalcanzable (Chayka, Mundofiltro, 2024, pág. 106).

La percepción de que la cultura está atascada y asolada por la monotonía se debe desde luego a la omnipresencia de los flujos algorítmicos. No es que la innovación no exista; es que la innovación avanza en la misma dirección que el flujo, lo que favorece el desarrollo de productos que sirven a la estructura de las plataformas digitales (Chayka, Mundofiltro, 2024, págs. 106-107)

El pasado que prevalece en la esfera digital suele ser accesible, reproducible, participativo y ambiental, no molesta, es agradable y lo bastante corriente como para que no destaque y se diluya en el entorno. Se presta a que el gran público lo comparta, y mantiene su significado para grupos diversos, quienes lo alteran para sus propios fines. Además, la creación de objetos digitales relacionados con el pasado siguen este mismo camino, favorecidos por el desarrollo de la productos que sirven a la estructura de las plataformas y redes digitales. Todas aquellas obras de carácter o temática histórica que sigan este camino se verán recompensadas y, por tanto, reproducidas, mientras que aquellas que busquen romper con el algoritmo no encontrarán a su audiencia.

Notas

[1] En determinados países Google lleva a cabo la censura y el ocultamiento de determinados acontecimientos históricos, temas y asuntos políticos, como demostraron los investigadores

James S. O’Rourke, Brynn Harris, y Allison Ogilvy en 2007 para el caso de China  (O’Rourke, Harris, & Ogilvy, 2007). En 2017 los investigadores en ciencia política Stephen A. Meserve y Daniel Pemstein publicaron un artículo, “Google politics: The political determinants of Internet censorship in democracies” (2018), en el que confirmaron que “incluso los estados democráticos buscan restringir la difusión de contenidos en respuesta a demandas de restringir la expresión, ya sea para influir en la opinión pública, reducir las críticas a los funcionarios públicos, limitar el acceso de los ciudadanos a los medios y otras fuentes de información o, de manera más benévola, para reforzar la seguridad nacional o proteger la reputación o la privacidad de las personas “ (Meserve & Pemstein, 2018, pág. 2). Un tema que abaca no exclusivamente a Google, sino a todas las grandes empresas tecnológicas, véase al respecto el libro Your Post has been Removed: Tech Giants and Freedom of Speech (Stjernfelt, Frederik, & Lauritzen, 2020) o el trabajo del teórico de los nuevos medios, Evgeny Morozov, El desengaño de internet (2012).

[2] El newsfeed, es una función central en la mayoría de las plataformas de redes sociales que organiza y muestra contenido en un flujo continuo basado en algoritmos que priorizan la relevancia para el usuario.

[3]En 2023, Netflix ofrecía en streaming menos de cuatro mil películas, una cifra menor que el stock que algunos de los locales más grandes de Blockbuster tenía antes de su desaparición, que a menudo era de hasta seis mil películas. Las recomendaciones crean un espejismo de diversidad y hondura que en realidad no existe” (Chayka, Mundofiltro, 2024, pág. 89)

[4] El estudio “Visitor flows to World Heritage Sites in the era of Instagram” firmado por Martin Thomas Falk y Eva Hagsten demostró empíricamente la relación existente entre la red social Instagram y la visita a los sitios considerados como Patrimonio de la Humanidad y confirmó que mientras más alto es el número de publicaciones en una red social acerca de un lugar determinado más alto será también el número de visitantes. Un fenómeno que resulta un peligro para los yacimientos o sitios patrimoniales en peligro, dado que muchos de ellos reciben, como consecuencia de su recurrencia en las redes sociales, más visitas de las que pueden recibir para su correcta conservación (Falk & Hagsten, 2020).

[5] La investigación publicada por Rebeka-Anna Pop, Zsuzsa Săplăcan, Dan-Cristian Dabija, and Mónika-Anetta en la revista Current Issues of Tourism demostró también empíricamente a través del estudio de información y datos arrojados por la red social Instagram como los denominados “influences” ejercen una fortísima influencia sobre los lugares a visitar por sus seguidores (Pop, Săplăcan, Dabija, & Alt, 2021)

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