Me acuerdo de sus caricias
Y la memoria me engaña
Me se come la desidia
Y me cuelgan las arañas
Voy a empaparme en gasolina una vez más
Voy a rasparme a ver si prendo
Y recorrer de punta a punta la ciudad
Quemando nuestros malos sueños
Voy a empaparme en gasolina una vez más
Voy a rasparme a ver si prendo
Y recorrer de punta a punta la ciudad
Quemando todos tus recuerdos
Roberto Iniesta (1991)
La canción firmada por Robe Iniesta e interpretada por la banda de origen extremeño Extremoduro confiaba en el alcohol y en el exceso para borrar recuerdos indeseables de una relación rota. La única forma de eliminar esos recuerdos pasaba por destruirlos, deformarlos o reemplazarlos por otros. Y éramos nosotros los encargados de ello, dado que eran nuestras memorias y únicamente nosotros podíamos darles sentido, recordarlos y traerlos de nuevo al presente, o al contrario, enterrarlos en lo más profundo de nuestro cerebro. En la actualidad, la gestión de nuestros recuerdos ya no es sólo nuestra, ahora la compartimos con otro cerebro, uno artificial que guardamos en nuestro bolsillo.
De hecho, hoy, en lugar de recorrer la ciudad también recorreríamos la fría pantalla de nuestro dispositivo móvil, arrastraríamos nuestro dedo por la pantalla, seleccionaríamos todas las imágenes, todas las conversaciones y todas las publicaciones que nos recordaran lo vivido. De esta forma, desterraríamos ese recuerdo de nuestro teléfono, impediríamos que regresara a nosotros en forma de conmemoración anual y como protagonista de alguna publicación elaborada de forma automática por alguna plataforma social. Esa persona, ese momento, esa sensación ya no formaría parte de nuestra memoria digital, la habríamos quemado. También, por supuesto, deberíamos hacer el mismo ejercicio en nuestra mente, pero ahora, ese ejercicio es compartido. Y en este nuevo fenómeno se esconde un cambio trascendental en nuestra forma de recordar, tanto a nivel personal como a nivel colectivo.
Automatizar el recuerdo
La comunicación y el recuerdo mediado por ordenador es un hecho que no cesa en su crecimiento. De hecho, es tal que todas estas plataformas han logrado convertirse en vastísimos archivos personales, como explica Ben Jacobsen en su libro dedicado al impacto de las plataformas sociales en la memoria:
Más allá de su cometido inicial como plataformas de comunicación y redes, las redes sociales se han expandido hasta convertirse en dispositivos de memoria. A medida que se capturan las vidas de las personas, las plataformas de redes sociales continúan buscando formas de recircular estos rastros y darles significado para el usuario individual. El archivo es enorme, por lo que se han implementado enfoques automatizados para la creación de memoria con el fin de resurgir este contenido pasado, seleccionando lo que debería ser visible y haciéndolo manejable (Jacobsen & Geer, 2021, pág. 1).
Las plataformas sociales, como por ejemplo las pertenecientes a Meta, automatizan nuestro recuerdo y ofrecen al usuario imágenes y textos publicadas por nosotros mismos hace un tiempo determinado: un año, cinco años, diez años, etc., en base a un algoritmo y a un software concreto: Memories. Todos estos software dedicados a recordar publicaciones personales y recordarlas funcionan a través de los principios de la cultura algorítmica. Las publicaciones que resaltan este tipo de programas informáticas son aquellas que han recibido, a lo largo de su efímera vida, más atención por parte de los usuarios con las que las compartimos. Por lo tanto, quizás esos recuerdos no sean los más significastivos a nivel personal, pero sí son los más significativos a nivel de la plataforma social en la que los has compartido. Esto, podríamos pensar, no tiene la menor importancia dado que conocemos y somos plenamente conscientes de cuáles son nuestros recuerdos más preciosos y cuales no, sin embargo, el estudio reciente publicado por Beata Jungselius y Alexandra Weilenmann en la revista Social Media + Society, ha confirmado que no es así, que estas versiones reempaquetadas del pasado afectan no solo lo que recordamos, sino también el vínculo emocional que tenemos con esos recuerdos. En este nuevo estudio, “Keeping Memories Alive: A Decennial Study of Social Media Reminiscing, Memories, and Nostalgia” se confirma que las redes sociales tienen el potencial de cambiar cómo las personas perciben sus propios recuerdos.
Las métricas de las redes sociales, como los “me gusta” de Facebook, pueden afectar negativamente a cómo las personas perciben ciertos recuerdos, especialmente si estos se comparten y no obtienen muchas interacciones. Además, la anticipación de juicios en las redes sociales sobre el pasado también puede influir en qué recuerdos las personas comparten y cómo lo hacen.
Por lo tanto, el valor que asociemos a un recuerdo en particular dependerá de la cantidad de interacciones que reciba ese recuerdo o esa publicación, y a la vez, la misma cantidad de interacciones determinará su valor para los softwares contenidos en las plataformas sociales y su posterior conmemoración.
Las plataformas sociales y la gestión de la memoria
Los dispositivos tecnológicos nos permiten viajar por nuestro pasado montando, con las imágenes guardadas en el carrete digital, una película por la que atraviesan determinadas instantáneas guardadas en el dispositivo durante un momento de tiempo concreto (el software “Recuerdos” propiedad de Apple). No hace falta que nos tomemos nuestro tiempo para imprimir esas imágenes y formar álbumes o libros con ellas. No es necesario que las atesoremos, Facebook, Apple o Google ya lo hacen por nosotros. Los académicos Ben Jacobsen y David Beer examinaron este fenómeno en su libro Social Media and the Automatic Production of Memory: Classification, Ranking and the Sorting of the Past concluyendo que, al legar nuestro recuerdo al algoritmo de sitios web como Facebook, provocamos que:
Las memorias se reduzcan a un problema computacional que debe resolverse y optimizarse. A través de los procesos de clasificación, los recuerdos se vuelven cognoscibles para el algoritmo. Una vez que esto ocurre, los recuerdos, como cualquier otro objeto medido, pueden clasificarse según su valor relativo, dependiendo de cómo se definan. El algoritmo de clasificación que sustenta Facebook Memories también acentúa la visibilidad de algunos recuerdos e ignora otros que no aparecen lo suficientemente destacados dentro de su marco de clasificación. Al igual que con la clasificación, es la clasificación la que luego clasifica qué recuerdos emergen, lo que permite a la plataforma dirigirse a los usuarios con contenido pasado considerado memorable. Como resultado, la producción automática de memoria en las redes sociales constituye el proceso dual de dividir y promover lo memorable. Este proceso dual informa una versión particular de nuestras propias biografías (…). Estos son aparatos o mecanismos, así como prácticas, que deciden qué importa y cómo las cosas llegan a importar en el mundo (Jacobsen & Geer, 2021, pág. 56).
Al ceder nuestra memoria y nuestra propia biografía al software, la cual se representa en instantáneas vertidas en las diferentes redes sociales que emergen de tanto en cuanto en las pantallas de inicio de nuestras redes sociales, estamos cediéndoles a estas grandes empresas la capacidad de formar, con nuestros propios recuerdos, nuestras historias de vida. “Cuanto más automatizado está un flujo algorítmico”, comenta Chayka en su libro Mundofiltro en relación al coleccionismo cultural de libros, películas, música en formato físico, “más pasivos nos vuelve como consumidores y menos necesidad sentimos de construir una colección, de preservar lo que nos importa. Renunciamos a la responsabilidad de coleccionar” (2024, pág. 93). Una sentencia que podríamos también nosotros aprovechar para nuestro cometido, ya que mientras más automatizado esté un flujo algorítmico cuyo objetivo es filtrar y publicar nuestros propios recuerdos, más pasivos nos volverá como individuos y menos responsabilidad caerá sobre nosotros para interpretar nuestros propios recuerdos, de construir un relato con ellos y preservar aquello que nos importa. En definitiva, corremos el riesgo de renunciar a la responsabilidad de recordar.
Pensemos, por un momento, en la diferencia entre una aplicación de gestión de imágenes como, por ejemplo, Google Photos, y un álbum de fotografías familiar. En el primero, las imágenes se añaden y acumulan sin ningún tipo de criterio. Fotografías de precios de productos en un supermercado lindan con otras tomadas durante acontecimientos biográficos destacados. Capturas de pantalla de correos electrónicos comparten el espacio con imágenes que evocan un pasado truncado. Fotografías de desconocidos enviadas de forma masiva a través de grupos de mensajería se encuentran cerca de otras que atestiguan un golpe en el coche como testimonio para el cobro del seguro. No existe una narrativa, es acumulación y adición. En cambio, la composición del álbum de foto familiar se basa en la selección y el enlace de acontecimientos. No todas las imágenes acaban pegadas en sus páginas y protegidas por un plástico. A él solo se incorporan retratos e imágenes que representan acontecimientos selectos. Por esta misma razón, existen huecos en los álbumes familiares, momentos en lo que no sucedió nada relevante, en cambio, en la aplicación digital no hay huecos, todos los días guardamos instantáneas, aunque éstas no contengan nada especial ni relevante. El álbum familiar, además, cuenta una historia, la historia de tu familia y en ella aparecen y desaparecen personajes mientras se forja una saga, como narra con extraordinaria belleza Rafael Berrio en su canción Este álbum (2010). Las fotografías e imágenes presentes en tu teléfono o en tus plataformas sociales no cuentan una historia, son informaciones fragmentarias que no poseen una coherencia interna. El álbum familiar, en cambio, sí cuenta una historia, cuenta quienes fuimos y quienes somos, es la historia de una comunidad familiar manifestada en diferentes momentos coleccionados por los miembros de dicha comunidad. En cambio, las imágenes recogidas por el teléfono son informaciones fragmentadas y recogidas por un solo individuo.
La destrucción digital de la memoria
Si basamos parte de nuestro recuerdo en las publicaciones e interacciones que realizamos en la redes sociales, nuestros recuerdos se ven asediados por tres amenazas: la primera de ellas, la propia naturaleza de las publicaciones en redes sociales y las imágenes digitales; la segunda, las redes sociales no favorecen el archivo ni el recuerdo, de hecho, de acuerdo a recientes artículos, su uso durante un acontecimiento de nuestra vida hace peligrar nuestro recuerdo de dicho acontecimiento; y tercero, la conservación de los objetos digitales como consecuencia de la naturaleza de la infraestructura que los almacena.
Según Richard Seymour, cualquier contenido publicado en redes sociales recibe la mayor parte de sus interacciones durante su primera de hora de vida, para pasar al olvido de forma catastrófica al transcurrir ese momento. La pervivencia de nuestra publicación depende de su capacidad para adherirse a los principios del algoritmo y conseguir la atención del resto de usuarios. Esta necesidad de gustar y de emocionar marca la esencia de las publicaciones en las redes sociales, de acuerdo con el filósofo surcoreano Byung-Chul Han:
La información nos hace miopes y precipitados. Es imposible detenerse en la información. La contemplación detenida de las cosas, la atención sin intención, que sería una fórmula de la felicidad, retrocede ante la caza de información. Hoy corremos detrás de la información sin alcanzar un saber. Tomamos nota de todo sin obtener un conocimiento. Viajamos a todas partes sin adquirir una experiencia. Nos comunicamos continuamente sin participar en una comunidad. Almacenamos grandes cantidades de datos sin recuerdos que conservar. Acumulamos amigos y seguidores sin encontrarnos con el otro. La información crea así una forma de vida sin permanencia y duración (Han, No-cosas, 2021, pág. 20)
La información contenida en las redes sociales crea una forma de vida sin permanencia y sin duración, como ocurría con las imágenes almacenadas en la aplicación de gestión de imágenes en contraste con el álbum familiar, donde sí hay permanencia y duración. Por lo tanto, si valoramos más, como afirmaba el estudio de Beata Jungselius y Alexandra Weilenmann, aquellos recuerdos que han sido bendecidos por los índices de interacción de las redes sociales, serán recuerdos cuyo valor consistirá en su capacidad de adherirse a los principios opacos de un algoritmo, y no en su capacidad de conmovernos o traer a nuestro recuerdo momentos especiales o anodinos de nuestra biografía.
Además, estos momentos compartidos en las redes sociales nos impiden recordar el momento experimentado. Un nuevo estudio, «Media usage diminishes memory for experiences», firmado por Diana I. Tamir, Emma M. Templeton, Adrian F. Ward y Jamil Zaki y publicado por la revista ScienceDirect, confirma esta idea: el uso de plataformas sociales durante una experiencia afecta negativamente a la memoria de esa experiencia. A lo largo de tres estudios, los responsables de la investigación descubrieron que los participantes que no usaron plataformas sociales durante la experiencia recordaron ésta de manera más precisa que aquellos que sí las utilizaron. En conjunto, todos estos estudios sugieren que el uso de medios puede impedir que las personas recuerden los mismos eventos que intentan preservar, lo que conlleva una amenaza para nuestro propio recuerdo.
Y, por último, Benjamin, comenta Chayka, escribió que los coleccionistas se “sienten responsables” de sus colecciones. Las familias se sienten responsables de sus álbumes familiares, de hecho, ante un incendio no es extraño que una persona rescate sus fotografías. Pero es muy difícil albergar este sentimiento de posesión respecto a lo que coleccionamos en internet; no podemos gestionar la cultura que valoramos como lo hacía Benjamin. De hecho, no lo poseemos y no podemos garantizar que seamos capaces de acceder a ella del mismo modo cada vez. Nada de lo que guardamos en nuestro dispositivo móvil nos pertenece realmente. Si perdemos el acceso a las cuentas donde se almacenan nuestras fotografías éstas se perderían irremediablemente. Probablemente, al cambiar de dispositivo móvil hayamos perdido innumerables conversaciones, imágenes y datos que, en algún momento de nuestra vida, consideramos preciosos. Internet descansa en gigantescos servidores, dentro de naves aún más gigantescas situadas en pantagruélicos polígonos industriales que no nos pertenecen y que están atados, irremediablemente, a la rentabilidad de gigantescas empresas tecnológicas.
Tres amenazas: la naturaleza de las redes sociales, su impacto en nuestro recuerdo y las políticas de archivo y conservación de los datos almacenados en internet; erosionan nuestro recuerdo y lo ponen en peligro. Tres amenazas a las que hemos de sumar otra: la fabricación de recuerdos ajenos y artificiales.
La fabricación de recuerdos
La imagen que abre este artículo pertenece a un proyecto de la marca Kodak titulado “Memory Shots”. Este proyecto permite, literalmente, fabricar recuerdos a través de un software de generación de imágenes, de acuerdo con la descripción que hacen sus responsables en la página web de la iniciativa:
«Memory Shots» es una herramienta digital diseñada para ayudar a desencadenar los recuerdos de los pacientes con demencia cuando no existen fotografías de esos momentos, permitiendo así recordar e inmortalizar esos instantes preservados en imágenes generadas artificialmente. Este enfoque innovador complementa la terapia de reminiscencia existente. De esta manera, «Memory Shots» facilita la reconexión y estimula la interacción con los pacientes que padecen demencia.
Su uso es realmente sencillo. Entras en la página, introduces una descripción del recuerdo, el software genera una imagen acorde a la descripción, después subes a la plataforma una imagen de ti mismo que sustituya el rostro de la figura creada de manera artificial por el tuyo propio. Y terminado. El resultado es una imagen que simula una antigua fotografía tomada con una máquina desechable de la marca Kodak.
Esta iniciativa está dirigida, como describe el programa, para pacientes con amnesia o demencia. Sin embargo, sus usos potenciales no son difíciles de averiguar. El teórico de los medios Lev Manovich propone el uso de programas de generación de imágenes como herramientas para facilitar el recuerdo y precisar los detalles que lo componen. Y lo hizo de forma también práctica, publicando una galería de imágenes compuesta por instantáneas extraídas de sus propios recuerdos del metro de Moscú durante la década de 1960, aunque modificadas y alteradas con herramientas digitales, Terra Sovietica. En 2022, comentaba al respecto el teórico de procedencia rusa que…
…una nueva generación de dispositivos de memoria mediática se ha vuelto accesible para todos. Me refiero, por supuesto, a la inteligencia artificial generativa y a herramientas como Midjourney, Stable Diffusion, DALL-E y otras similares. En el paradigma de la IA generativa, una red neuronal artificial se entrena con conjuntos de datos que contienen miles de millones de imágenes junto con sus descripciones textuales. Cuando un usuario proporciona una nueva descripción (es decir, un «prompt»), la red genera imágenes que, en mayor o menor medida, corresponden a esa descripción.
Estas herramientas marcan un cambio radical en la forma en que podemos evocar y recrear recuerdos, tanto individuales como colectivos. Nos permiten visualizar mundos y momentos que antes solo existían en nuestra imaginación o como fragmentos de recuerdos desdibujados, ofreciendo un puente entre el pasado y el presente mediante la creación de representaciones visuales completamente nuevas.

El software nos ayuda a precisar los recuerdos desdibujados dentro de nuestra memoria, pero estos software funcionan de una forma muy concreta, a través de la puesta en práctica de la cultura algorítmica. Cuando el algoritmo de la inteligencia artificial busque soluciones visuales a las órdenes dadas, éste no buscará entre materiales concretos de nuestro pasado, sino en objetos artísticos que hayan mostrado este mismo momento y estén archivadas y catalogadas en la red con una identificación que pueda ser relacionada con dicho acontecimiento. Por lo que nuestro recuerdo fabricado con inteligencia artificial no será sólo nuestro, será un recuerdo compartido con otros muchos usuarios que hayan buscado el mismo momento y utilizado la misma descripción.
De hecho, el programa informático ChatGPT ofrece a la pregunta: «¿Puedo usar la IA para visualizar mis propias experiencias personales de hace décadas?» la siguiente respuesta:
Sí, la IA puede ser una herramienta poderosa para visualizar experiencias y recuerdos personales, incluso de hace décadas. Al describir la escena y el contexto con detalle, los modelos de IA generativa pueden crear representaciones visuales que evocan la esencia de tus recuerdos. Aquí tienes cómo puedes abordar esto para tu proyecto:
Paso 1. Instrucciones detalladas para mayor precisión
– Incluye «detalles específicos»: Menciona el período de tiempo (por ejemplo, los años 70), el lugar (por ejemplo, un autobús en Moscú) y elementos clave como la vestimenta, los peinados o el ambiente de la época.
– Resalta aspectos únicos: Por ejemplo, el tipo de autobús (como modelos soviéticos ZIL o Ikarus), las actividades de los pasajeros y la atmósfera general (por ejemplo, bulliciosa, tranquila o reflexiva).
Ejemplo de instrucción:
Generar una escena de un autobús lleno de gente en Moscú durante los años 70. Incluir pasajeros con ropa típica de la era soviética, como abrigos de lana y ushankas. El interior del autobús debe tener asientos desgastados, pasamanos de metal y ventanas con condensación. La atmósfera es tenue y nostálgica, con personas conversando o leyendo periódicos.
Paso 2. Edición para personalización.
– Una vez que la IA genere la imagen, puedes editarla en herramientas como Adobe Lightroom o Photoshop para añadir toques personales o ajustar los colores y la iluminación para que coincidan con tu recuerdo.
– Considera agregar texturas o grano para un aspecto más auténtico y vintage.
Paso 3. Narrativa y profundidad emocional.
– Las herramientas de IA pueden capturar los elementos visuales, pero tú puedes superponer tus experiencias personales o emociones en la narrativa.
– Combina la imagen con una historia escrita o un pie de foto para contextualizar la escena y hacerla únicamente tuya.
Este enfoque te permite revivir y compartir tus recuerdos de una manera visualmente impactante, combinando tecnología con creatividad profundamente personal.
Paso a paso, el software ChatGPT te ofrece respuestas claras para elaborar y mejorar tus propios recuerdos a partir del uso de diferentes programas informáticos. Una operación cuyo resultado podemos compartir en las diferentes plataformas sociales y lograr, gracias a ella, interacciones y respuestas positivas que nos inducirán a establecer un vínculo emocional con ellas, como explicaban y demostraban los diferentes artículos de investigación que hemos citado a lo largo de este texto.
Conclusión
Delegar nuestra memoria y nuestros recuerdos a las plataformas sociales provoca su automatización y gestión por parte de las grandes empresas tecnológicas. Ya no serán sólo nuestros, ya no seremos nosotros los que decidiremos si quemarlos, como hacía Robe Iniesta, o integrarlos dentro de una narración propia y personal que logre explicar quiénes somos ahora, en el presente.
Descargar nuestra responsabilidad de recordar en las redes sociales supone descargar también nuestra capacidad para otorgarles sentido y jerarquía. Cada vez más, asistiremos pasivos a cómo Google Photos nos recuerda que hicimos durante el otoño de 2020. Nuestra relación con ellos transcurrirá a través de valles y picos creados por las interacciones de aquellos que asistieron, durante segundos, a la vista de estos momentos.
Momentos que, si fueron experimentados a través de las propias plataformas sociales será más probable que no los recordemos o los recordemos de forma alterada, adulterada o corrompida. Instantes que no nos pertenecerán y sobre los que no tendremos ninguna posibilidad de volver a ellos si la empresa responsable decide denegarnos o eliminar nuestro acceso. Una situación que se antoja distópica, pero que ya es una realidad.