Las plataformas digitales han asesinado a la memoria colectiva

27 de enero de 2025

Las dos pinturas que encabezan este texto encierran una diferencia fundamental en la forma de representar, mirar y pensar el pasado. La primera, Clio (1689), de Pierre Mignard, encierra una forma única de representarlo, la misma para todos aquellos que la miren. En cambio, la segunda, Clio (2022), de mucha menor calidad, es un pastiche de la primera creada por el artista italiano Christopher de la Motte. Su color verde recuerda a un croma, donde se ha extraído todo el color y se ha superpuesto una zona de color para ocuparlo por cualquier otra imagen o vídeo que el individualismo tirano desee a través del uso de un equipo informático.

Estas dos formas de entender el pasado ejemplifican dos vías de relación con él, una común, que engloba a todos y que ofrece una base, una referencia ineludible para debatir, hablar o pensar el pasado. Y otra voluble, simulada, en la que el usuario puede incrustar en él la imagen, el pasado que desee. Éste tiene el poder de elaborar la historia y acceder a ella a través del uso del software. Una postura común, social, es sustituida por otra individual, personal, tirana.

Definiciones clásicas y muy utilizadas de la memoria, como la propuesta por el filósofo búlgaro Tzetvan Todorov, “selección de hechos del pasado y su disposición en función de una jerarquía que no les corresponde por sí mismos, sino que les otorgan los miembros del grupo” (Todorov 2008, 93), o el historiador italiano Enzo Traverso, “representaciones colectivas del pasado tal como se forjan en el presente” (Traverso 2011, 16) incidían siempre en el marco social del recuerdo y la memoria. De hecho, como explicaron las politólogas francesas Sandrine Lefranc y Sarah Gensburger, la memoria y las políticas que la gestionan en la esfera pública no sirven para nada sin una sociedad que las acepte.

Una condición que no se cumple en la actualidad dado que la relación con el pasado y la memoria se ha atomizado como consecuencia del avance de las plataformas sociales en nuestro día a día. No podemos olvidar que la relación con el pasado no se establece exclusivamente a partir del trabajo del historiador, tampoco la memoria. Según Grensburger y Lefranc: “la memoria y sus discursos no se aprehenden sin filtros ni interferencias. En las escuelas, los museos, las comisiones de verdad, los tribunales… pero también en la televisión, en el espacio público o, incluso, cuando hacemos turismo… (…). Resulta obvio pensar que todas estas posiciones sociales actúan como filtros a través de los cuales las enseñanzas transmitidas cobran sentido para cada individuo (Gensburger y Lefranc 2024, 102-103). Una enumeración a la que habría que sumar el orden digital: las redes sociales, los videojuegos, los foros, las web de consulta, o cualquier otro espacio digital donde la participación activa del usuario se permita.

Gensburger y Lefranc olvidan este medio en su trabajo, pero su relevancia es innegable. En un informe publicado por la agencia Reuters sobre la relación de los usuarios con las noticias destacaban dos tendencias: el incipiente predominio de la imagen sobre el texto como consecuencia del avance, cada vez más extendido, de la web y la hegemonía de las plataformas sociales como fuente de noticias. Jason Steinhauer, en su obra acerca de cómo las redes sociales e internet han cambiado la comunicación de la historia, cita en su libro un informe del FrameWork Institute, éste concluía que:

…los estadounidenses no ven la historia como un argumento intelectual en constante evolución que examina analítica e interpretativamente la evidencia del pasado. El pasado de interés periodístico ha empujado a la historia profesional a convertirse en una disciplina presentista, una que debe tomar decisiones rápidas. disparar comentarios sobre el presente con el fin de ser información valorada públicamente. Los titulares de las noticias son el principal punto de entrada a la comprensión histórica para la mayoría de los estadounidenses. El pasado tiene que ser aplicable al aparato informativo para que sea relevante, para que no quede relegado al basurero del ciclo informativo o al final del catálogo de cursos (2021, 88).

Aunque el estudio está enfocado en Estados Unidos, nuestra situación no es diferente, y muestra que la relación con el pasado ha adoptado los mismos mimbres que el resto de contenidos presentes en la red. Unos contenidos dominados por el software y la cultura que se expresa a través de ellos. Elementos, todos ellos, claves para el surgimiento de una nueva individualidad, la individualidad tirana.

La era del individualismo tirano

Este fenómeno es el que analiza al filósofo Eric Sadin en su libro La era del individuo tirano: el fin de un mundo común. En él, Sadin describe el nacimiento de un nuevo tipo de individualismo surgido durante la década de 1980 y 90 como consecuencia de la implantación de las lógicas neoliberales. Este nuevo individualismo ha logrado, defiende Sadin, suplantar al individualismo liberal. Ahora, el individualismo “se ha transformado definitivamente en otro ethos: el de la búsqueda desenfrenada de la singularización de uno mismo con la única finalidad de desmarcarse de la masa, una búsqueda que ahora se veía como la ventaja competitiva determinante” (Sadin 2022, 23). Y la forma de singularizarse, de separarnos definitivamente de la masa, es a través de nuestra capacidad, aparentemente ilimitada, de expresión, “hay una práctica que ahora nos salva: el uso personalizado y universalizado de procedimientos dotados de una facultad catártica” (Sadin 2022, 29). Esta conjunción de fenómenos sociales, culturales y tecnológicos justifica, para Sadin, la ruptura con el momento anterior y el surgimiento de una nueva era para el individualismo: la era del individualismo tirano:

…el advenimiento de una condición civilizatoria inédita que muestra la abolición progresiva de todo cimiento común para dejar lugar a un hormigueo de seres esparcidos que pretenden de aquí en más representar la única fuente normativa de referencia y ocupar de pleno derecho una posición preponderante. Es como si, en dos décadas, el entrecruzamiento entre la horizontalidad supuesta de las redes y el desencadenamiento de las lógicas neoliberales, después de haber cantado loas a la “responsabilización” individual, hubiera llegado a una atomización de los sujetos que es incapaz ya de anudar entre ellos lazos constructivos y duraderos, para hacer prevalecer reivindicaciones prioritariamente plegadas sobre sus propias biografías y condiciones (Sadin 2022, 36-37)

Este nuevo individualismo atomizado tiene un fuerte impacto tanto en nuestra relación con el pasado como con la memoria. La historia, y la memoria, son por su propia naturaleza acciones públicas que pierden su razón de ser al dividirse y servir únicamente al individuo. Sin embargo, aquello que ofrece esta nueva era del individuo tirano al ayer es una relación individualizada con él y con la memoria. Como expresó Lipovetsky en su libro La era del vacío: ensayos sobre el individualismo contemporáneo, publicado en 1983: “vivir libremente sin represiones, escoger íntegramente el modo de existencia de cada uno: he aquí el hecho social y cultural más significativo de nuestro tiempo, la aspiración y el derecho más legítimos a los ojos de nuestros contemporáneos” (1990, 8). Una sentencia que podríamos parafrasear como: “escoger íntegramente el pasado y la historia de cada uno”, e incluso más aún: “fabricar íntegramente el pasado y la historia de cada uno”. “Es la época del posmodernismo”, explica Sadin, “en el campo de la cultura, todos pueden componer a su gusto sin estar sometidos a normas del gusto que se juzgan “opresivas”. Conforme a lo que hacen los DJ, se toma de aquí y allá, se hacen samples” (2022, 90).

Nosotros mismos podemos seleccionar de aquí y de allí, de un vídeo en YouTube, de un hilo en BlueSky, de un programa de generación de imágenes, etc., y componer con todos estos resultados nuestra propia visión de la historia. Incluso podemos formar con ella un vídeo y alojarlo en cualquier plataforma para que todo el mundo pueda verlo. Todo ello, por sí mismo, no es negativo, de hecho resultaría incluso saludable buscar y leer diferentes fuentes, el problema deriva de nuevo en los contenidos más relevantes que la red selecciona para nosotros, y en las capacidades tecnológicas para elaborar imágenes, y cualquier otro contenido, hechas únicamente para nosotros. Capacidades, todas ellas, que separan aún más el pasado mediático, el que se encuentra presente en los medios, del pasado histórico, aquel que se elabora con una intención epistemológica.

El individualismo tirano como creador de pasados

La lógica del software generativo guiado por inteligencia artificial es la lógica de la remezcla. Existen perfiles en redes sociales basados por completo en la publicación de imágenes elaboradas mediante programas generativos basados en inteligencia artificial. Classic Artia, por ejemplo, cuenta con más de 37.000 seguidores. Este perfil publica diariamente imágenes inspiradas en el arte pictórico occidental anterior al siglo XVIII, y muestra una imagen idealizada del pasado europeo, donde la religión, la raza y los valores militares copan todo el protagonismo. Otros perfiles de la misma red social, como Virtual Mythos, con más de 300.000 seguidores, hacen exactamente lo mismo asociando, además, una frase atribuida a la imagen elaborada con inteligencia artificial de diferentes personajes históricos, todos ellos conocidos por su faceta militar.  Otra cuenta, The Stoics, con más de 600.000 seguidores, han elaborado a través de la creación de imágenes artificiales, un discurso interesado del estoicismo asociándolo a ideas ultraconservadoras e identidades reaccionarias. En ninguna de estos perfiles aparecen personajes femeninos, tampoco personajes de etnias asiáticas o africanas, salvo aquellos que la memoria estética ha asociado al ámbito europeo. A través de estos perfiles los usuarios han ensamblado un discurso asociado a la extrema derecha en el que el pasado, entendido y utilizado como módulos intercambiables, ha servido para justificar dichos discursos. Un fenómeno que estudió con acierto, especialmente el referido a la misoginia, la investigadora Donna Zuckerberg en su libro Not All Dead White Men: Classics and Misogyny in the Digital Age.

Todas estas herramientas dotan al usuario de una nueva sensación: de estar dotados “de márgenes aumentados de autonomía, de un aumento de la soberanía que contribuiría, de un modo cada vez más consistente a lo largo de los años, a generar la formación de una nueva psyché de los individuos” (Sadin 2022, 90). El software, los beneficios del algoritmo, la sensación de dominio que produce el uso y disfrute de las plataformas digitales y ahora la capacidad de creación que aportan las herramientas generativas mediante inteligencia artificial pueden confundir a los usuarios y hacerles pensar que todo es posible, que pueden hacer y saber cualquier cosa, y que con tan solo apretar un botón tienen todo al alcance, incluido el pasado.

Ya existen herramientas digitales que permiten conversar con personas fallecidas, tanto de nuestro entorno más inmediato como con personajes históricos destacados. Un artículo publicado en el periódico The New York Times el 11 de diciembre de 2022 llevaba por título: “Using A.I. to Talk to the Dead”, usar inteligencia artificial para hablar con los muertos; y exploraba todas las posibilidades que existen hoy día para traer de vuelta a personas fallecidas. Aplicaciones como HereAfter o StoryFile permiten añadir a su base de datos toda la información que poseamos sobre una persona y convertir estos datos en respuestas, tanto escritas como habladas, que se hacen pasar por la voz de aquellos que ya no están. Estas herramientas son una puerta de entrada a la potencial recuperación del pasado por parte de los usuarios, pero de una forma mediada por la tecnología y los intereses económicos de las empresas responsables de dichos software, lo cual despierta inevitables cuestiones éticas y morales.

El pasado del individualismo tirano frente al colectivo

Recientemente Ekaterina Zhukova, investigadora de la Universidad de Copenhague, ha publicado un artículo titulado “Image substitutes and visual fake history: historical images of atrocity of the Ukrainian famine 1932–1933 on social media” en el que ha analizado la difusión de imágenes falsas, modificadas mediante programas de edición informática, del Holodomor.

El Holodomor fue la hambruna provocada por el proceso de colectivización agraria llevada a cabo por la URSS entre 1932 y 1933 en territorios pertenecientes hoy en día a la actual Ucrania. Este hecho se ha convertido en un aspecto clave de la memoria ucraniana y de las relaciones políticas entre este país, Rusia y sus vecinos. La acción legislativa, la acción monumental y memorística; y la acción política han convertido, a lo largo de la segunda década del siglo XXI, el recuerdo del Holodomor en una cuestión nacional clave sobre la que se basa buena parte de la identidad ucraniana contemporánea. Una acción que los nuevos medios digitales tratan de entorpecer e incluso quebrar.

individualismo tirano
Una de las imágenes que Zhukova presenta como ejemplo de las veroficciones publicadas en plataformas sociales.

El artículo de Zhukova describe los intentos, por parte de usuarios anónimos de Internet, de crear fuentes primarias falsas pero “veroficcionales”[1] para intenten romper o cuestionar el relato oficial elaborado por las instituciones ucranianas. La investigadora de la universidad danesa recopiló en la red social Instagram más de 250 imágenes referentes al Holodomor concluyendo que más de la mitad de ellas eran falsas (2022, 3). Las conclusiones a las que llegó Zhukova fueron las siguientes:

En primer lugar, el artículo demuestra que ciertos usuarios produjeron una historia visual falsa a través de prácticas de manipulación de imágenes, como collage o texto superpuesto. Además, se muestra que otros usuarios reaccionaron a la manipulación de las imágenes de diferentes maneras ignorando, apoyando o desafiando la historia visual falsa a través de comentarios. Finalmente, el artículo concluye que la producción y el consumo simultáneo de historias falsas en formato visual por parte de diferentes usuarios a través de la imagen, el texto superpuesto, las leyendas y los comentarios crean una «cacofonía» de significado y producen una sensación de confusión acerca de la existencia, o no, de determinados eventos históricos (2022, 5).

Los intentos de los usuarios por crear “veroficciones” visuales acerca de un hecho histórico guardaba siempre la misma finalidad: robar la atención de los usuarios y conducirla a otros lugares alejados de la comprensión colectiva, la lectura crítica o la relación epistémica con y del pasado creando una cacofonía en la que el usuario, de acuerdo con sus propias emociones y preocupaciones, podría elegir entre un pasado u otro. Un fenómeno al que debemos recordar otro mencionado más atrás: los ciudadanos se comunican y se informan mayoritariamente a través de plataformas digitales que publican su contenido en formato visual, por lo que la acción legislativa, la acción monumental y memorística; y la acción política, expresada en otros medios y formatos, no les alcanza o lo hace de forma más tangencial e indirecta, como apuntaban las politólogas francesas Sandrine Lefranc y Sarah Gensburger en su libro Tejer el pasado: ¿Para qué sirven las políticas de memoria?

La experiencia del individualismo tirano frente al conocimiento social de la historia

Ante este fenómeno, ante la capacidad de ofrecer pasados simulados, aunque completos y accesibles, con tan solo apretar un botón, el teórico de los medios Morozov lo denominó la “locura del solucionismo tecnológico”. Esta locura tiene su origen, de acuerdo con Morozov, de la intención de las empresas tecnológicas de comunicación, de “meternos a todos en una camisa de fuerza digital fomentando la eficacia, la transparencia, la certeza y la perfección, eliminando, por consiguiente, sus contrapartes negativas: la fricción, la opacidad, la ambigüedad y la imperfección” (Morozov 2013, 15). Todas las herramientas digitales que se valen de la tecnología para difundir el pasado prometen eliminar cualquier discusión acerca de éste, ya que tratan de seducir a los usuarios de su estatus de referencia innegable y manifiesta. Ningún hecho histórico será ambiguo y la memoria, el recuerdo, dejará paso a la vista y a la interactividad. Es imposible que el pasado no sea como yo sé, porque yo lo he visto y he interactuado con él, lo he experimentado de primera mano. Una publicidad del conglomerado Meta era meridianamente clara al respecto. El anuncio lo publicaba la división empresarial de Meta dedicada al desarrollo de usos didácticos de sus tecnologías y herramientas digitales. En ésta se podía apreciar a una serie de alumnos, revestidos de un halo azul y con gafas de realidad virtual, que observaban el día a día de una supuesta ciudad romana, el software los convertía en testigos interactivos de la historia. Esta es la imagen que acompaña a la publicidad:

Medios como La Vanguardia se hicieron eco de estas nuevas herramientas y del supuesto cambio revolucionario que imprimirían en la educación. En un artículo que informaba acerca del Metaverso y sus aplicaciones didácticas el periodista Enric Sitjá Rusiñol afirmaba que “el uso de tecnologías como la realidad virtual o la realidad aumentada permite convertir una clase de historia en un viaje a través del tiempo, por ejemplo: con unas gafas de realidad aumentada, los estudiantes pueden viajar al pasado, ver cómo vivían en la antigüedad y entender nuestros orígenes” (Sitjá Rusiñol 2022). Una opinión compartida por otros muchos estudios, muchos de ellos patrocinados por las empresas responsables de estas tecnologías, que analizaron el impacto de la realidad virtual y aumentada en la educación. A través del uso de estas nuevas herramientas prometen el acceso a todo el pasado, una idea criticada por Morozov:

También se ha vencido la falibilidad de la memoria humana, dado que esos mismos dispositivos de vigilancia graban y almacenan todo lo que hacemos. Ya no sentiremos una nostalgia proustiana por las petites madeleines que devorábamos en la infancia; no caben dudas de que ese momento está almacenado en algún lugar de nuestro teléfono inteligente o smartphone, así, podemos dejar de fantasear: es tan simple como rebobinar hasta ese preciso instante (Morozov 2013, 13)

Todo el pasado, prometen estas aplicaciones, estará en la palma de nuestra mano y se accionará al apretar un botón, un botón que nos abrirá las puertas de la historia de manera eficaz, transparente y perfecta, como ya ofrecen las exitosas exposiciones inmersivas cada vez más presentes en nuestra geografía. Y aún más allá, ya que gracias a los procesos algorítmicos de creación de contenidos visuales elaborados por programas informáticos, ese pasado podrá incluso crearse en el mismo momento en el que es accionado gracias al uso de herramientas de inteligencia artificial, como ocurría con el caso del Holomodor y sus representaciones visuales citadas con anterioridad.

El poder del individualismo tirano sobre la historia

Todas estas facilidades que ofrecen los medios digitales actuales produce la sensación de poder en el usuario, de poder igualarse con cualquier otro individuo, al margen de la formación de éste, de poder buscar y encontrar cualquier contenido, e incluso de acceder al pasado de forma rápida y eficaz. Si dispongo de unas gafas de realidad virtual y una aplicación que me permite ver e interactuar en el momento que yo quiera y como yo quiera la Antigua Roma, ¿para qué voy a leer un libro de historia? Según Sadin,

…de ahora en más, siempre estaremos perfectamente guiados. Lo propio del smartphone es que daría un nuevo impulso a la sensación de centralidad de uno mismo que se presentía desde inicios de los años 2000, pero que ya no se conformaba con simplificar los usos sino que alentaba a los individuos a emprender acciones con aquello que les era puesto en mano: un cetro de hierro y metal que dotaba a todo el mundo de una cantidad de poderes capaces de hacerlos siempre más soberanos de sus vidas [y de sus pasados] (Sadin 2022, 108).

El cetro de hierro y metal, al ser interactivo, al responder a nuestras acciones, ofrece la falsa sensación de convertir al inexperto en experto, “el amateur, en otros tiempos un cliente más o menos tímido o vergonzoso, adquirió el estatuto de espectador hacia el cual se hacía llegar una biblioteca virtualmente infinita que alimentaba el reflejo de hacer clic sin parar de un espectáculo al otro, creando las sensaciones súbitas de tener el control y de tener el poder, sensaciones que, sin embargo, eran susceptibles de provocar a la vez la compulsión de hacerlo y el control del aparato sobre el uno” (Sadin 2022, 109). La pantalla individual de carácter interactivo, y todo lo que nos ofrece, permite al usuario seleccionar, si no desea crearlo él mismo, cualquier discurso de los cientos de miles que hay presentes en la web.

Si cualquiera de nosotros busca en este momento en el buscador de Alphabet, Google, “caída del Imperio Romano”, obtendrá aproximadamente más de 3.000.000 de resultados con los que interactuar y encontrar, entre todos estos resultados, la teoría, narrativa o discurso que mejor encaje con sus preferencias emocionales o ideológicas. Tenemos el poder de elegir entre una oferta aparentemente infinita. Acceder a cada uno de estos resultados no le llevará más de un par de minutos, no tendrá que desplazarse hasta la librería o biblioteca más cercana para consultaros, podrá hacerlo desde la comodidad del hogar y podrá, también, interactuar con estos resultados compartiendo los fragmentos que más le interesen, comentándolos en los cajones habilitados para ello, e incluso remezclaros para construir con las piezas un discurso propio utilizando aplicaciones como ChatGPT. De nuevo, todas estas posibilidades ofrecen al usuario una falsa sensación de poder sobre el pasado y los discursos elaborados sobre él.

Pasados artificiales hechos a medida

A todas estas posibilidades de atomización del pasado debemos sumarles las propias de las plataformas digitales, las cuales “nos muestran a las personas día y noche gastando gran cantidad de energía con la única finalidad de experimentar el éxtasis de la importancia de sí mismas” (Sadin 2022, 110). Lo que proponen, en definitiva, todas estas tecnologías es ofrecer al usuario una relación “desprovista de toda negatividad y que es diferente a aquella que establecemos con otro ser humano, lo cual supone, con toda seguridad, malentendidos, posibles momentos de desacuerdo y también conflictos” (Sadin 2022, 129), En consonancia con esta idea, el pasado que proponen estas herramientas al individuo es uno desprovisto de toda arista y purgado de todo malentendido, desacuerdo o conflicto con uno mismo, en concordancia con nuestras propias creencias y a la medida de nuestras intuiciones y prejuicios, aprovechándose, también, de la efectividad de los sesgos cognitivos que nos acompañan en nuestra percepción y comprensión de la realidad pasada. Si viajamos a la Antigua Roma, como prometía el fallido Metaverso, podremos ver sesiones del Senado, luchas entre gladiadores y momentos satisfactorios así como reconocibles para el público contemporáneo, nada veremos, sin duda, de las condiciones de esclavitud en la que vivían gran parte de los trabajadores del sector primario, de las consecuencias provocadas por las contiendas bélicas, etc.

Esta nueva condición en nuestra relación con aquello que nos rodea, explica Sadin, genera “una representación de uno mismo como destinado ahora a ser objeto de una solicitud permanente que amerita entonces que llevemos adelante una existencia bajo la garantía de que en ella se va a encontrar la menor dificultad posible y de que va a predominar la satisfacción” (Sadin 2022). De hecho, el pasado se ha convertido en una experiencia satisfactoria, las políticas de la memoria que tratan de traer de vuelta el trauma del ayer al presente para tratar de repararlo no están surtiendo efecto (Gensburger y Lefranc 2024) y muchas de las iniciativas tanto populares como gubernamentales referidas a los usos públicos del pasado tienen como objetivo esta misma meta: crear un pasado satisfactorio con aquello que nos rodea, en lugar de un objetivo crítico que sitúe en contexto aquello que sucedió y sirva de ejemplo para el presente.

Más todavía, comenta Sadin, todas estas fuerzas tecnológicas y sus implicaciones sociales y culturales han desatado lo que él denomina una “esferización de la vida”, es decir, “el hecho de que cada uno de nosotros esté destinado a desarrollarse en el interior de una burbuja formada por un lazo privilegiado que se anuda con ciertos sistemas que solo se dirigen a nosotros” (Sadin 2022, 130-131). Esta “esferización de la vida” conlleva igualmente una esferización del pasado, en el que cada uno de nosotros será el poseedor de una historia única e individualizada, aunque, irónicamente, muy similar a la del resto salvo por pequeñas diferencias, como consecuencia del aplastamiento del gusto por la cultura algorítmica.

Notas

[1] José Luis Marzo denomina “veroficción” a las modificaciones de la realidad llevadas a cabo en los medios de comunicación contemporáneos, desarrollado en extenso “Lo falso (…) no se define únicamente por la voluntad de engañar al representar lo real, sino que expone la herejía fundamental de la imagen: la constitución de una república propia, capaz de hacer saltar por los aires a la doxa, el cuerpo de percepciones comúnmente establecido y aceptado, permitiendo una comunidad de paradoxas que, en última instancia, compromete la relación con la realidad al revelar cómo su apariencia se conduce mediante la contradicción y la ilusión de la fidelidad

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